Tras despedir a los representantes del Grupo de Mendoza, mi madre me miró con expresión alarmada.
—Lisa, no temas —dijo mi padre, frunciendo el ceño—. Aunque sea el jefe del Grupo de Mendoza, no puede abusar de su poder. Iré a hablar con el patriarca de los Mendoza para anular este compromiso.
Dicho esto, se levantó para marcharse.
—Cristóbal Mendoza ya ha aceptado —dije con calma—. Si me caso con él, enviará al doctor Fuentes, un especialista en neurología, para tratar a mi hermana.
Mi padre se detuvo en seco y cambió de tono al instante.
—Casarte con el jefe del Grupo de Mendoza es un honor que muchos envidiarían. A partir de hoy, prepárate para la boda.
Mi madre, con los ojos húmedos, protestó:
—Pero todo el mundo en Luminaria sabe que Cristóbal Mendoza es violento y que no puede tener herederos. ¿No es como enviar a Lisa a su muerte?
—¡Son solo rumores! —rugió mi padre, frío—. ¿Qué sabes tú, una mujer ignorante?
Y con eso, se marchó, dejando a mi madre temblando.
Ya estaba acostumbrada a sus cambios de humor.
Quizás me quería, pero su amor no era ni una sombra del que le profesaba a Luciana Toro.
La madre de Luciana había sido su gran amor, a quien había perdido en el mejor momento de sus vidas.
Mi madre solo era su segunda esposa, un matrimonio por conveniencia. Por eso, él vivía obsesionado con que no la maltratáramos, entregándole todo a Luciana sin pensarlo.
Desde pequeña, si había un conflicto entre nosotras, él siempre la defendía sin dudar.
—No llores, mamá —le dije, secándole las lágrimas—. Seré la esposa de jefe. Deberías alegrarte.
—Pero…
—No hay «peros». Todo saldrá bien.
El doctor Fuentes era tan brillante que, en dos días, Luciana recuperó la cordura. Mi padre, eufórico, decidió organizar un banquete para anunciar la noticia.
—Lisa —me ordenó— ve al Grupo de Rojas a informarles del evento.
Fui sola, pero los guardias me bloquearon a la entrada. Tras explicar mi motivo, tuve que esperar bajo el sol abrasador durante dos horas hasta que Vicente Rojas apareció.
—¡Lisa Toro! —me gritó, irritado—. ¡Que haya un compromiso no te da derecho a acosarme!
—Luciana ha despertado —dije, pálida—. Esta noche habrá una celebración.
Sus ojos brillaron de inmediato.
—¿En serio? ¿Luciana está bien?
Asentí con la cabeza.
—Iré sin falta —dijo, arrebatándome la invitación con una sonrisa.
Solo entonces entendí lo ciega que había estado.
La diferencia en su trato hacia nosotras siempre había sido más que obvia.