La doncella dejó al pequeño Dick en la puerta de la biblioteca y el niño entró yendo directamente hacia su madre.
—Mamaíta…
—Nene, vida mía. Corrió hacia él y lo apretó contra sí. Pronto cumpliría cuatro años, era alto y delgado; se parecía a su padre. Sólo tenía de ella aquel hoyuelo en la cara, y el color azul intenso de sus ojos. La boca audaz, las cejas rectas, y el mentón enérgico eran de Greg.
—¿Has aprendido mucho, Dick?
—Sí. Ya sé la e, la a, la ge y la «ja». Kay se echó a reír dulcemente.
—¿De veras? Vamos, te lavaré las manos y te daré yo misma de comer.
—¿Dónde está papaíto?
—No ha venido aún.
Se escucharon pasos y la alta figura enjuta se