La Sra. Santorini sintió que tiraban tan bruscamente de su brazo que casi echó el cuerpo hacia atrás. Intentó recuperar el equilibrio antes de enfrentarse a la mujer que tenía detrás. Al ser mucho más alta, Madson Reese parecía tener una mirada de superioridad, aunque no se atrevería a dirigirla a ningún ser vivo.
Sara, sin embargo, no interpretó el gesto de la misma manera. Siempre tendía a tener una visión distorsionada de los hechos, con tal de parecer la víctima o verse favorecida.
– ¿Qué es lo que quiere? –
– ¿Por qué haces esto? ¿Por qué quieres a Cesare de vuelta?
– No quiero a tu hombre, hermana. Puedes tenerlo todo para ti.
– Sé lo que estás haciendo, Madson.
– ¿Lo sabes? ¿Y qué estoy haciendo, Sara?
– Intentas quitarme el brillo.
– Oh, querida hermana. Nadie puede hacer eso, créeme.
– ¿Eso fue un cumplido?
El ingenio nunca fue el fuerte de Sara, y definitivamente no podía entender una ironía bien pensada.
– Puedes interpretarlo como quieras.
Y por mucho