– Lady Lucy, ¿de verdad cree que esto ayudará?
– Querida, por supuesto, que sí. Este doctor puede hacer milagros con sus manos.
– Es solo que estoy tan acostumbrada a tenerlas así. Los guantes ya ni siquiera me molestan. De hecho, me gustan.
– Querida, no puedes pasarte la vida llevando guantes, y cuando tengas a tu bebé, querrás tocarlo con manos sanas. Créeme.
– Siempre creo en ti.
La mujer entrecerró los ojos. – No es verdad. Una vez te dije que bajaras a la cascada conmigo y no quisiste.
– ¿Y qué pasó?
– Me caí...
– Y sabes que si me hubieras convencido de ir, yo también me habría caído contigo, ¿no?
La mujer apartó la mirada, intentando disimular. – Vale, pero todo estaba bajo control. Fue deliberado.
– Si usted lo dice...
La señora entornó los ojos y la miró fijamente antes de coger una almohada para golpearla. –No te rías de mí, Madson Reese.
– No pasa nada. – Madson contuvo la risa. Ella reaccionó poniéndose las manos delante de la cara, pero seguía sonriendo.
El hombre del tr