Hemos llegado a un acuerdo. Ahora puedes dejarme en paz.
El hombre ebrio se quedó mirando a la lujosa mujer como si fuera un espejismo más. Uno de los muchos que su visión borrosa por el alcohol le había provocado a lo largo de muchas noches en vela. A pesar de todo, entró en la destartalada casa, dejando la puerta abierta de par en par tras de sí.
– ¿Señora Lucy? ¿Qué hace usted aquí?
– Necesito hablar con usted. Es muy urgente.
– ¿De verdad tienes un secreto? ¿Lo has guardado todo este tiempo? Podríamos haberlo usado para conseguir dinero. ¿Por qué no me lo dijiste?
– ¡Fuera de aquí! – ordenó el hombre. Su tono de voz aún sonaba tranquilo, pero su aspecto denotaba lo que ocurriría más tarde, como todas las noches.
– ¿Qué ha dicho? – preguntó ella.
– Vete a dar un paseo. Ya me ocuparé de ti más tarde. – El hombre amenazó, y Sara Reese sabía exactamente lo que eso significaba.
– ¿Por qué? ¿Por qué no quiere que me quede aquí? ¿Por qué teme que escuche esta conversación? – replicó Sara, aun sabiendo que sería castigada.
El hombre le dedicó u