Hace unos días cumplí con las treinta y nueve semanas de embarazo, estaba impaciente por tener a mi bebé en brazos.
Todos nuestros amigos estaban pendientes de mí, de mi estado y también de todas las necesidades del bebé.
Llenaron la casa de regalos innecesarios.
Lucas y yo habíamos comprado todo lo que precisaba, pero los futuros tíos, al parecer, serían demasiado complacientes.
Lucas vivía nervioso y cada instante, con insistencia, preguntaba si sentía molestias, si me encontraba bien, si quería ir a la clínica. Estaba más histérico que yo y realmente me causaba mucha gracia y ternura. Sería un gran padre. Mi ginecólogo me dio la opción de un parto programado; mi negativa fue rotunda. Quería dar a luz de manera natural, sin la epidural que me hiciera sentir menos dolor. Yo quería vivir el hermoso momento de ser madr