Ana
Sentí un fuerte aroma invadir mis fosas nasales, logró que cobrara mis sentidos y reaccionara poco a poco. Lentamente abrí los ojos y me encontré con aquella mirada que, desde el día que nos conocimos, aunque él no lo supiera, me embrujó por completo. Su preocupación era evidente y el desconsuelo por mi falta me embargó tanto, que comencé a llorar con culpabilidad.
Entre mis sollozos, oí cómo el señor Spencer se despedía y nos dejaba a solas a Mónica, Diego y a mí.
—Shh, cariño, ya pasó —susurró tierno, acunó mi mejilla y retiró las lágrimas de mi rostro.
—Diego; ¿puedes ir por agua, por favor? —pidió de manera ansiosa mi amiga. La conocía y sabía que quería crear un espacio para que pudiéramos estar a solas.
—Mej