LA INVITACIÓN, LÁSTIMA

 

«Cuando era niña, mi madre me contaba historias de príncipes y princesas. El recuerdo de esos cuentos nubló mi sentido común. Además, el príncipe resultó ser un buen actor».

Elena entra en la habitación y se dirige al tocador donde yace un frasco con medicamento controlado. Al tomarlo deprisa, y con manos temblorosas, se le resbala. Las pastillas desparramadas quedan olvidadas, sabe que él no las encontrará, pues ya no duermen en la misma habitación. Elena únicamente se preocupa por la píldora que ha quedado dentro del recipiente. La deja caer en la palma de su mano y tras observarla, la lleva a su boca para tragarla sin agua. Mira su rostro en el espejo y lo que ve, más que pena, es derrota. Le da la espalda a la imagen y camina hacia la cama desplomándose sobre ella.

Lo odia. Sí, pero más odia su indiferencia.

Se limpia las lágrimas mientras su risa amarga rompe el silencio al recordar lo ingenua que ha sido. Y es que Ethan, con su complejo de príncipe azul, le hizo creer que era su princesa perfecta...

La droga comienza a surtir efecto. El sueño la invade y su mente está confundida entre la fantasía y la realidad de un recuerdo que toca la puerta de la inconsciencia…

Un par de jóvenes estudiantes mantenía una conversación animada acerca de los planes para esa noche.

—Elena, no todo en esta vida son libros. ¿Por qué no vamos a la fiesta de Alison? —preguntó Sophia, su mejor amiga. Los grandes ojos de color marrón, detrás de los lentes de armazón amarillo, le dieron una mirada de súplica al mismo tiempo que caminaban a la siguiente clase.

—La última vez que hablé con Alison, se burló de mi enorme trasero. Por lo tanto, no iré a la fiesta de esa bruja —respondió antes de dar un mordisco al pastelillo relleno de queso con frambuesa, su favorito. Aunque tenía motivos para desquitarse de Alison, no carecía de modales, y no le parecía correcta la idea de acudir a un lugar sin invitación.

—Ella no dijo: «Enorme trasero».

—Tienes razón fue: «¡Gran trasero!».

La risotada de Sophia atrajo las miradas de los alumnos que transitaban por el pasillo de la universidad. A Elena no le gustaba ser el centro de atención, en cambio, Sophia, saltaba ansiosa por ganar un poco de popularidad cada vez que se presentaba la oportunidad. Tímida como era, le dio un codazo en el costado derecho debajo de las costillas. Y le susurró:

—¡Sophia, tranquila!

—¡Auch! —se quejó la joven sobándose el sitio maltratado—. De acuerdo, eso fue grosero. Pero insisto, no deberías tomártelo tan mal... Entonces, ¿vamos? ¡Por favor! Quiero conocer a mi futuro esposo. No hagas que me arrastre por los pasillos de la Universidad.

Elena ignoró a Sophia y su tonto puchero de bebé mimado. Se acercó a un cesto de basura, tiró el resto de su pastelillo y sacudió sus manos. Tras dar una mirada breve a su mejor amiga respondió:

—No necesitamos ir a una fiesta para que te presente a tu futuro esposo, ¿sabes? Te lo presento más tarde, si eso es lo que quieres.

Sophia, torció los labios.

Elena reanudó el camino en silencio y sonrió al llegar al aula, ya que pronto, Sophia tendría que dejar a un lado los ruegos, y sí tenía suerte, se olvidaría del tema, o ella podría escaparse al final de la clase.

—¡Obvio que sí la necesitamos! Me niego a no tener un baile de medianoche con mi príncipe azul. ¡Vamos! No me digas que nunca soñaste con ser Cenicienta.

Elena tomó su asiento habitual, Sophia, se sentó del lado de la salida; saboteando su plan de huir al terminar la clase.

—¡Elena!

—No me dejarás en paz, ¿verdad? —Sophia negó con la cabeza—. ¡No lo puedo creer! ¡Sophia!

—¡Vamos! Es un ratito. Pequeñito, ¿sí?

Elena suspiró y se preguntó por qué el profesor, el que siempre era puntual, no llegaba.

—Está bien. ¡Solamente un rato! No tengo el estado de ánimo para soportar a la bruja.

—¡Sí! —Saltó en su asiento con euforia—. Será divertido.

—¡Sí! ¡Ajá! —Elena imitó su entusiasmo con una grotesca mueca en el rostro, todavía nada convencida de exponerse a las burlas de Alison.

«Dicen que el amor no siempre nace de la buena intención o de un corazón puro, pero cuando lo hace te das cuenta de lo villano que puedes llegar a ser, y casi siempre, ya es demasiado tarde».

Ethan escucha detrás de la puerta de la habitación de su esposa, aunque ya no la comparten, Elena se empeña en continuar guardando la mayor parte de sus cosas en ese lugar. Únicamente por el simple deseo de torturarlo. Dentro de la habitación, la encuentra recostada en la cama durmiendo plácidamente.

Camina hacia el armario y extrae un cambio de ropa para el siguiente día. Y antes de salir, no puede evitar voltear hacia ella. Elena está hecha un ovillo, hace frío y no se preocupó por cubrirse con las mantas; así que, en un acto de compasión, lo hace por ella y luego se marcha sin mirar atrás.

La habitación en la que descansa es más pequeña, pero le brinda el respiro que necesita para soportar la farsa. Enciende la luz y se prepara para dormir. Está cansado, sin embargo, eso no le impide enviarle un audio a su amante:

«Dulces sueños y buenas noches, amor».

La respuesta no tarda en llegar.

Ethan se recuesta debajo de las mantas, cierra los ojos y duerme tranquilo como lo haría un hombre que no tiene nada que temer.

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