Capítulo 23

Mis padres seguían viviendo en el mismo adosado donde mi hermano y yo crecimos. Nunca dejaron la casa, aun cuando mi abuela decía que ese sitio traía mala suerte. Puede que fuera cierto; en verdad mis padres había tenido un largo rosario de tormentos. Llegué a nuestro viejo vecindario poco antes del anochecer.

Aparqué mi Corvette C3 en la entrada y me dispuse a llamar a la puerta. Justo en la acera me encontré con la señora Montero, una antigua compinche de mi madre, que vivía dos bloques más abajo.

— ¡Ceci, cariño, cuánto tiempo! — me dio dos besos y un largo abrazo.

— ¿Cómo está, señora Montero? ¿Qué tal los nietos?

— ¿Cómo es eso de señora, cielo. Puedes llamarme Celeste, me conoces de toda la vida. Los nietos, grandes, enormes, en cualquier momento son hombr

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