Cuando Delilah se quedó a solas con Maximiliano, pero ella decidió que le daría la espalda y se marcharía.
No estaba obligada a recibirlo y después de lo de la noche anterior tampoco quería verlo, aunque apenas intentó escapar, él la detuvo.
—¿Dónde vas? —preguntó, pero en aquella ocasión no usó ese tono tan déspota con ella.
—Donde tú no estés, «esposito» —murmuró con sarcasmo.
—Espera, vine a hablar contigo. —Delilah vio su intención de acercarse y lo detuvo.
En sus manos llevaba una carpeta.
—Lo que sea que quieras decirme que sea rápido, la verdad me duele la cabeza y no me apetece hablar.
—¡Dios, eres insoportable! —masculló él—. En esta ocasión no vengo a discutir contigo, solo quería que hiciéramos un trato que nos beneficia a ambos.
A Delilah eso le interesó, así fuera por curiosidad, ¿qué sería lo que según él le podría interesar a ella?
—Eso sí que es una sorpresa —dijo y se dirigió a la ventana para mirar por ella y continuar dándole la espalda.
—Podríamos hablar c