Llevaban toda la semana viviendo bajo el mismo techo.
Horas y horas de esquivarlo, sobre todo en las noches porque, para su incredulidad, su esposo no había estado yendo a ese club, pero aún continuaba sin fiarse de él y sin atreverse a decirle la verdad sobre Zafiro.
Todo estaba tranquilo, una tranquilidad que la estaba volviendo loca porque no se habían vuelto a besar, ni tocar, ni habían dormido juntos, pero ambos aguantaban despiertos hasta altas horas de la noche y parecían espiarse mutuamente.
Delilah lo hacía porque quería saber si se escabullía al club cuando ella estaba dormida y su marido quién sabe lo que esperaba porque no se atrevió a preguntárselo.
Quizá a que ella fuera a su habitación… Se lo había planteado tantas veces, pero el orgullo le ganaba.
Esa tarde su hermana había llegado de la calle y se había encerrado en la habitación.
No saludó a nadie y cuando pasó junto a la puerta la escuchó llorando.
—¿Qué ocurrió? ¿Te hicieron algo? —dijo cuando abrió y Aurora la mir