Heredero del imperio Anderson en riesgo vital tras ser víctima de una brutal golpiza.
En riesgo vital se mantiene John Anderson, de 28 años, quien fue internado en la Clínica privada UCLA Cleveland, luego de que sufriera una violenta golpiza. Fue asaltado, arrastrado y golpeado en el suelo, por desconocidos, quienes, según la policía y la víctima, tenían acento extranjero. Sufrió lesiones en su cráneo, costillas, uno de sus brazos, y presuntamente la visión de ambos ojos se encuentra comprometida. Él médico de cabecera Thomas Shawn revelará información determinante en una rueda de prensa. Clínica UCLA Cleveland Los destellos de las cámaras rebotaban con insistencia sobre los rostros expectantes de reporteros y curiosos. Durante horas habían permanecido allí, aferrados a la esperanza de captar una primicia, de arrancar un gesto, una imagen, una palabra que les permitiera narrar lo inimaginable. Una limusina Maybach 62S Landaulet, valuada en más de un millón de dólares, se detuvo con precisión quirúrgica frente a la entrada principal. El silencio fue inmediato. Doctores, periodistas, pacientes, transeúntes… Todos contuvieron la respiración. Sabían perfectamente quién descendería de aquel vehículo. El magnate más temido y respetado del continente, quizás del mundo entero. Un hombre cuya sombra bastaba para aplastar carreras, arruinar imperios o construir fortunas con una mirada. Una docena de guardaespaldas vestidos de negro descendieron con sincronía militar. En segundos formaron una muralla humana impenetrable. La puerta se abrió. Primero descendió un hombre mayor, impecablemente vestido con un traje Armani a la medida. En una mano sostenía un bastón de empuñadura dorada, adornado con diamantes rosas y rubíes tallados con precisión. Su rostro, esculpido en hielo, no mostraba emoción alguna. Su mirada oscura era un arma afilada que nadie se atrevía a sostener. Arthur Anderson había llegado. Apenas un segundo después, descendió su esposa: una mujer menuda, de sonrisa dulce, con la gracia de una reina y la calidez de una madre. Helen tomó su brazo con delicadeza y juntos avanzaron hacia las puertas automáticas, donde Thomas ya los esperaba, rostro serio y postura rígida. —Cariño —susurró Helen—. ¿Hasta cuándo seguirás haciendo que el mundo crea que eres un ogro malhumorado? —Mi amor —respondió él, sin mirarla—. Un león no pierde el tiempo en explicarle a las ovejas quién es. Ella sonrió, como siempre. Porque si alguien conocía de verdad al frío Arthur, era ella. Sabía que detrás de ese carácter inflexible se escondía un hombre que daría la vida por su familia, y la prueba viviente de ese amor se encontraba en el piso veinte, detrás de una puerta cerrada, con los ojos vendados y el cuerpo destrozado: su nieto, John. Cuando el ascensor emitió su habitual pitido, anunciando su llegada al último nivel, Helen apretó con más fuerza el brazo de su esposo. Apenas las puertas se abrieron, Leonore corrió hacia ellos, completamente descompuesta. Su rostro era una máscara de dolor, y las lágrimas caían como ríos imposibles de detener. —Padre… madre… mi hijo… él… —balbuceó sin lograr terminar la frase. Helen la acunó entre sus brazos, acariciándole el cabello como cuando era una niña —. Tranquila, mi niña, todo estará bien. Marcus, el esposo de Leonore y padre de John, se acercó a su suegro. —Lo dejaron irreconocible —dijo, con la voz rota. Arthur entrecerró los ojos. Miró a su alrededor, y algo dentro de él se tensó. Cassandra no estaba. Ni una señal de la prometida. ¿Dónde demonios estaba esa muñeca de plástico que tanto decía amar a su nieto? ¿Ni siquiera era capaz de presentarse cuando su futuro esposo se debatía entre la vida y la muerte? —Thomas, quiero verlo —ordenó con voz grave. Caminaron hasta la única habitación VIP del piso, escoltados por el silencio. Al abrir la puerta, incluso el magnate más temido del país quedó inmóvil. No se suponía que lo golpearan tanto. John yacía en la cama, vendado, irreconocible. Su rostro magullado e inchado. Se podía vislumbrar a simple vista múltiples hematomas en sus mejillas, mentón y brazos. Arthur lo miró largo rato. Luego, giró lentamente hacia Thomas y asintió. El médico con la tablilla entre las manos, comprendió: era momento de dar a conocer el terrible diagnóstico. Pero antes de hacerlo, Arthur alzó el bastón y lo azotó contra el suelo con fuerza. —Esperaremos a Cassandra. Es insólito que aún no haya llegado para saber de su prometido —Su voz fue una condena. Toda la familia se estremeció. Sarah, la nieta mayor, tomó su iPhone y marcó desesperadamente. Tras varios tonos, recibió una respuesta. —Viene en el ascensor —informó, aliviada. Y fue entonces que los tacones resonaron en el pasillo. Cassandra se acercaba con los ojos y nariz enrojecidos, como si hubiese llorado por horas. Sin embargo, su maquillaje impecable la traicionaba. Rímel intacto, labial perfecto, contorno marcando los pómulos como recién salido de una sesión de fotos. A Sarah le bastó una mirada para comprender que todo en ella era falso. Las puertas del ascensor volvieron a abrirse. Un joven alto, elegante, de rostro severo, apareció. Era Oliver, el mejor amigo de John. Thomas carraspeó, imponiendo silencio. —Lo que tengo que decirles no es fácil para nadie, menos aún para mí, que es amigo mío desde hace bastante tiempo. John llegó con múltiples contusiones, y hematomas. Debido al traumatismo en las costillas, tiene una fisura, que demorará aproximadamente seis semanas en curar. En cuanto a su cabeza, afortunadamente en la resonancia magnética no se visualizó fracturas, hemorragias o lesiones cerebrales. Pero…—se calló, y apretó los labios por la semejante mentira que saldría de sus labios, ciertamente el juramento de médico lo mandaría al mismísimo carajo —. Cómo resultado de los golpes, la retina se desprendió provocando ceguera en ambos ojos. —¡¿QUÉ?! —gritó Marcus, con voz desgarrada. Sarah y Will soltaron un jadeo. En ese mismo instante, Leonore se desplomó incomsciente. Helen se arrodilló junto a ella, gritando por ayuda médica. Y Arthur, maestro de la actualización, dejó caer su bastón, y se abalanzó sobre Thomas, sujetándolo del delantal. —¡Dime que no es cierto! ¡Maldita sea, dime que es mentira! Soy digno de un Oscar —Pensó mientras sudaba teatralmente. —Señor Anderson, jamás mentiría sobre algo así… Arthur le guiñó un ojo y lo soltó, satisfecho, y cayó al suelo, gimiendo, envuelto en lágrimas falsas. De inmediato Sarah y Will lo ayudaron a levantarse. En paralelo, Cassandra apretó los ojos con fuerza. Oliver la sostuvo cuando simuló tambalearse. Sin que nadie notara, sacó un frasco de mentol de su cartera Louis Vuitton y se lo aplicó bajo los ojos. Confiaba en que su perfume Chanel camuflara el olor del mentol. En ese mismo momento, las lágrimas comenzaron a brotar. Pestañeó con fuerza hasta que el llanto fue convincente. Cerró el espectáculo con un gemido lastimero que podría haber conmovido hasta al más escéptico. Todos la miraban con lástima. Nadie dudaba del amor que decía sentir por John. Excepto Arthur.