Capítulo 5.

Tomábamos vino en el salón, sentados en el sofá, mientras hablábamos de cosas varias, de las actuaciones, de cómo habíamos continuado nuestras vidas, aunque siempre sin meternos en conversaciones muy íntimas.

Él, por ejemplo, se había dedicado en cuerpo y alma a componer, a su trabajo, a sus conciertos, a su gira, sus proyectos, y apenas le quedaba tiempo para nada más.

Le conté sobre como la relación con mi madre había mejorado, y en aquel momento le hablaba de Juan (mi mánager) y lo cercano que se había convertido en los últimos meses.

  • … y entonces Juan aseguró que no habría inconveniente en que mi abuela y yo interpretásemos esa canción juntas, en el concierto que tenemos en Granada, así que… - le explicaba, mientras él me escuchaba con atención, dejando su copa de vino sobre la mesita que había frente a nosotros - … casi me puse a saltar de alegría – concluí, riendo de aquello, mientras él sonreía hacia mí.

  • Me encanta que estés de acuerdo en esto de retomar nuestra amistad – aseguraba, sin dejar de sonreír hacia mí – así que, brindemos por muchos más momentos como este – pidió, volviendo a agarrar su copa, provocando que yo hiciese lo mismo y chocásemos ambas con una enorme sonrisa.

  • Oye – le dije, tan pronto como me percaté de algo - ¿Quieres que te enseñe la casa? – pregunté, haciendo que él riese divertido, para luego asentir, dejar la copa sobre la mesa, y seguirme por aquel tour privado. – Este es el salón – expliqué, dando vueltas sobre mí misma, con los brazos abiertos, sobre el lugar en el que ya estábamos – es tan grande, que quería que todo estuviese junto, la sala, el piano, y la mesa para comer.

  • Me gusta la disposición y la decoración – aseguró, admirando las cortinas rojas, que hacían contraste con el blanco.

  • Por aquí – le guie hacia el pasillo que daba a la cocina – está la cocina, es amplia y predomina el color morado.

  • También está muy bien – reconoció, sin dejar de sonreírme, divertido.

  • Aquí – continuamos por el pasillo hasta llegar a la siguiente habitación – está el baño de abajo, y la habitación de al lado es la de invitados.

  • ¿y en la parte de arriba? – preguntó con curiosidad. Agarré su mano con decisión y le conduje a la primera planta. Caminamos por el pasillo, hasta llegar a la primera habitación.

  • Esta es la habitación de mi madre – expliqué, desde la puerta – tiene un pequeño baño. – y esta – señalé a la que había al lado – es la habitación donde compongo – expliqué, enseñándole mi querido estudio.

  • ¿y tú habitación? – preguntó con interés. Seguí caminando hacia el final del pasillo y me detuve antes de llegar.

  • Yo no tengo baño dentro, así que uso este – le comuniqué, mostrándole el pequeño baño, para luego abrir la puerta de mi habitación – y esta es…

  • Una cama grande – se percató, al entrar en ella – te gusta dormir a tus anchas – añadía, mientras mi incomodidad creía al hablar sobre la cama – se ve reconfortable – continuó, recostándose sobre ella, lo que hizo que mi corazón latiese con fuerza.

  • Sí, es muy cómoda – aseguré, sentándome sobre ella, intentando mantener la calma. Tan sólo éramos amigos, me recordé, no había nada de malo en que…

  • ¿cuál es tu lado de la cama? – preguntó con curiosidad, haciéndome salir de mis pensamientos.

  • Este – aseguré, en el lugar en el que estaba sentada – me gusta estar cerca de la ventana.

  • Túmbate – rogó, mientras levantaba sus manos y las acomodaba bajo su cabeza, para estar un poco más alto y ver con claridad – odio no verte la cara cuando me hablas.

  • Deberíamos volver a … - comencé, pero no pude continuar, incluso pegué un leve grito al sentir su mano tirar de la mía, obligándome a acostarme, y tan pronto como estuve tumbada junto a él, la soltó y volvió a colocarla debajo de su cabeza, sin dejar de mirarme, sentía su mirada sobre mi rostro, y eso hizo que me girase para mirarle, con el corazón a mil por hora.

  • Casi había olvidado lo que era mirarte – aseguró, contemplándome con detenimiento, mientras mi miedo se expandía por mi cuerpo y giraba la cabeza, manteniendo mi mirada en el techo, aterrada por su cercanía – no me tengas miedo – rogó, mientras bajaba su mano y la entrelazaba con la mía.

  • No tengo miedo – le calmé, apretando su mano con la mía. Y era cierto, en aquel momento no le temía – Tan sólo una mirada tuya basta para que vuelva a sentirme en casa. – aseguré, calmada, mientras él sonreía al darse cuenta de algo.

  • Tú también sentiste la necesidad de guardar tus recuerdos en una canción – aseguró, admitiendo que se había dado cuenta de que mi canción iba sobre nosotros – Pensé todo este tiempo, pensé que era él quien te hacía sentir en casa, que era con él con quién sentías esa complicidad que te hacía plena.

  • Deberíamos bajar – fue lo único que podía salir por mi boca, estaba aterrada porque él me estaba descubriendo, estaba volviendo a derrumbar aquella barrera que protegía mi corazón, y aquello no podía permitírselo. Me solté de su mano y me puse en pie de un salto.

  • ¿Alicia? – Preguntó una voz fuera de la habitación, haciendo que él se enervase de la cama también, de un salto, y mirase hacia mí sin saber qué hacer - ¿Estás ya dormida? Te has dejado las luces de abajo encendidas, y las copas sobre la mesita del salón. – me reñía, mientras el miedo porque me viese allí con él, crecía en mi interior. ¿Cómo iba a explicarle todo aquello a mi madre? - ¿Juan ha estado aquí?

  • Escóndete – rogué, entre susurros, mientras él me miraba sorprendido. Le cogí de la mano y le obligué a meterse dentro de mi armario empotrado – y no hagas ruido – le amenacé, provocando que él riese sin hacer ruido por aquella situación – Mi madre está ahí fuera – volvió a reír, esta vez un poco más fuerte, y yo temí que mi madre pudiese descubrirle, así que entré en el armario y le tapé la boca para que pudiese seguir haciendo ruído, en el mismo momento en el que mi madre entraba en mi habitación, y él cerraba el armario ocultándonos.

  • ¿Alici…? – preguntó mi madre, extrañada de no encontrarme tampoco en mi habitación. Mientras yo le apretaba fuertemente contra la pared del armario, sin dejar de tapar su boca - ¿Dónde estará? – Preguntaba para sí, al mismo tiempo que dejaba caer la mano que tapaba su boca, con toda mi atención puesta en mi madre, mientras me aguantaba a él, con la mano apoyada en su hombro, por temor a hacer ruido entre los vestidos que tenía colgados allí.

Tan pronto como escuché que la puerta de la habitación se cerraba levanté la vista para mirar hacia él, con la intención de decirle que no había peligro y podríamos salir de allí, pero tan pronto lo hice quedé hipnotizada por sus labios, que se mantenían abiertos, mientras sus ojos me miraban con atención.

  • Deberíamos… - comencé, dispuesta a … pero me callé en cuanto sentí su mano acariciando mi mejilla, hasta llegar a mi nuca, agarrando mi cabeza con decisión, obligándome a mirarle.

Le miré aterrada por lo que todo aquello me estaba haciendo sentir, aunque levanté la mano para acariciar su barba, añoraba hacer aquello, añoraba…

Acercó su boca a la mía, y la mantuvo ahí unos segundos, sintiendo mi aliento sobre el suyo, tan sólo unos segundos, antes de besarme. Bajé el brazo y me dejé llevar por sus besos durante un minuto, y entonces él, se separó de mí, abrió los ojos y me miró.

  • Sólo quería besarte – afirmó, intentando explicar lo que había sucedido – sólo una vez más, sólo quería… - pero no pude saber que era lo que quería decirme, pues en ese momento me abalancé sobre sus labios, incapaz de dejarle ir. Mientras el beso se iba volviendo cada vez más intenso, hasta el punto en el que ambos nos devorábamos con pasión, con intensidad, como si estar separados hubiese sido un calvario.

Nuestro beso volvió a terminar, y él apoyó su cabeza sobre la mía, acariciando su nariz con la mía, aún con ojos cerrados, podía sentir su respiración agitada sobre la mía. Creo que ninguno de los dos sabía que decir sin fastidiar nuestra amistad, creo que ninguno de los dos quería admitir que lo que sentíamos el uno por el otro seguía ahí, creo que el miedo que sentíamos por volver a sufrir no nos dejaba aferrarnos al otro.

  • Debería irme – dijo al fin, obligándome a abrir los ojos para mirarle – no quiero estropear nuestra amistad, no otra vez.

  • Estamos embriagados por el vino – comencé, intentando transmitirle paz – así que mañana no lo recordaremos. – Me separé de él y salí del armario, y él me siguió – saldré primero y te avisaré cuando puedas salir – aseguré, admirando como él me cogía de la mano y tiraba de mí, obligándome a volver a mirarle – no volveremos a hacernos daño con esto – aseguré – ahora que hemos sacado de dentro esos recuerdos – proseguí – ahora que hemos escrito esas canciones…

  • … seguiremos adelante y dejaremos de aferrarnos a esos recuerdos – concluyó él, mientras mi corazón dolía al escucharle decir aquello, a pesar de que era lo que yo pensaba también.

  • Espero que Camile lo logre – aseguré, sintiendo como me desgarraba el corazón al escucharme decirlo en voz alta – espero que Camile logre que te olvides de mí. – concluí, bajando la cabeza, avergonzada al sentir mis lágrimas sobre mis mejillas.

  • Tú eres la única persona – comenzó, acariciando mis mejillas, arrebatándome esas lágrimas, sin dejar de mirarme – que sabe cómo salvarme – Concluyó, haciéndome sonreír con melancolía al darme cuenta de que era cierto. Levanté la mano y volví a acariciar su barba, dándome cuenta de que seguía siendo él, el Pablo del que me enamoré.

  • Mi corazón siempre te eligió a ti – aseguré, apoyando mi frente sobre la suya – aunque no me diese cuenta de ello hasta el final.

  • ¿por eso no funcionó con él?

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