Poniéndome en pie, cojo mi móvil y llamo a Carlos. No me coge el teléfono y decido llamar al de Esthela.
—Hola, Keyla.
—Hola. ¿Ya ha llegado Carlos? Le llamé a su teléfono, pero no me lo cogió.
—Sí. Llegó y se quedó dormido.
—Vale, muchas gracias, besos.
—Besos, chao.
Cuelgo el teléfono. Sandra y Rubén me miran atentamente.
—Si tenéis algo que decir, podéis decirlo.
—Te diría muchas cosas, pero prefiero callarme y que te des cuenta tú sola —dice Sandra.
—¿Darme cuenta de qué?
—No seas ciega y empieza a pensar —dice Rubén.
—¿Qué debo pensar?
—¿No lo ves?, esos dos están juntos.
—Sandra, que no, no sé cómo puedes pensar así.
—Porque Esthela vive con Carlos, y trabaja aún en su cafetería, hace todo lo que quiere. ¿No te das cuenta de que la maneja a su antojo? Pronto tú serás su próxima víctima —dice Sandra muy cabreada.
Sandra se pone en pie, coge un papel y un bolígrafo.
—¿Qué haces, Sandra?
—Apuntar sus nombres, por si algún día los necesito. ¡Vamos, dámelo! —dice con impaciencia.
—Es