Capítulo 32. La prisión de la verdad.
Carolina se quedó sola en la habitación, sintiendo cómo las lágrimas corrían por sus mejillas. El silencio que siguió a la salida de Lisandro era ensordecedor. Se sentó en el borde de la cama, tratando de procesar todo lo que había pasado.
"¿Cómo llegamos a esto?", pensó, recordando aquellos pocos, pero felices momentos que alguna vez compartieron.
Carolina se revisó buscando su móvil, pero luego recordó que se lo había dado a su madre, suspiró con impotencia. Cerró los ojos, maldiciendo su mala suerte
Se puso de pie y comenzó a recorrer la habitación, buscando alguna forma de salir o comunicarse con alguien. Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave.
—¡Desgraciado! Me dejó encerrada como si fuera una prisionera… déjalo que llegue, ¡Se las voy a cobrar una a una! —gruñó con enfado, sin poder contener el llanto.
Trataba de estar calmada, pero sentía una angustia en el pecho, que le producía muchísima ansiedad, y se lo oprimía, poniéndola en un estado de absoluta zozobra