Aparcamos en un sitio seguro donde se pudiesen resguardas nuestras cosas, descendimos de las motos quitándonos los cascos y subimos a un coche que ya nos esperaba.
Ya montados en una pequeña camioneta blanca, contemplamos el gran número de pinos que nos rodeaba, regalando aquel olor a naturaleza que tanto anhelé conocer. Subiendo por aquella montaña podía cerrar mis ojos y relajarme, pero el camino era bastante agreste. Además, quería ver. Y mirándole las caras a todos, me di cuenta de que Alfredo tomaba fotos con una súper cámara que no le vi antes.
De pronto, disparó un flash hacia Maël y yo, tomándonos desprevenidos. Miré a mi chico con las cejas levantadas y éste me hizo señas de que después hablaría con él. Malo, malo, aquello casi me estresó. No conversamos sobre dejar o no evidencias de nuestra escapada con el guía.
Pero la subida a la cumbre, con sus casas escalonadas y sus terrazas agrícolas, fue suficiente para retrasar el tema. Los signos de glaciares eran evidentes por to