La noche pasaba tan lenta como cualquier otra para Eric. Hacía años que no lograba dormir sin tener pesadillas así que el insomnio era un amigo bienvenido. Había aprendido a vivir con sus demonios, pero no estaba dispuesto a seguir haciéndolo con los de su padre.
Se dirigió hacia su coche. Andrei le había dicho que en la cajuela estaba lo que le había pedido, así que la abrió y se encontró una pequeña maleta cuadrada, de metal, como de treinta centímetros de lado. La abrió y vio, sobre las esponjas que recubrían el interior, los diez viales llenos de polvo y la diminuta pesa de precisión digital, con la que se podían calcular hasta dos kilogramos.
Sonrió y, llevándola en la mano, se dirigió a la cocina. Faltaba poco para que amaneciera y si su padre no había cambiado mucho, pronto iba a mandar a pedir su café Civet bi