56. CONTINUACIÓN
AMANDA:
Al estacionar el auto frente al mercado de la manada, las invito a bajar rápidamente. Incluso con la nieve cubriéndolo todo, sé que el tiempo corre y que el frío siempre puede intensificarse. Ellas descienden en fila, pegadas unas a las otras, más como hermanas que como lobitas futuras. Cada una lleva una bufanda de lana tejida por mí, una estampa tan familiar y reconfortante que sonrío para mí misma.
—Dejen de estar hablando de lobos. No deben decirle a nadie que tienen unos lobos. No todavía. ¡Prométanlo! —exijo, porque sé que deben esperar hasta cumplir dieciséis años; puede que algunos jóvenes lobos las estén rondando y eso no es bueno.
—¿Por qué, mami? —pregunta de nuevo Antonieta.
—Antoni, cariño, ¿quieres que le pase algo malo a tu lobo? —pregunto para que comprenda el peligro.
—No, mami, no quiero —dice enseguida asustada.
—Entonces, nadie debe saber que tienen lobos que las visitan en las noches. ¿Está bien? —insisto en su promesa.
Nunca he enten