Teka-her sonríe para sí misma, con una expresión tranquila y extrañamente cargada de certeza que nadie aquí parece compartir del todo. Sigue trazando símbolos en el aire, dejando detrás un leve resplandor dorado que parece flotar unos segundos antes de disiparse, como cenizas arrojadas al viento.
—Sí, chicos. Se los aseguro —contesta con firmeza y una gran sonrisa. Nos mira con cariño de madre. —Pero lo importante ahora es que tomen una decisión sobre lo que van a hacer. Las palabras de Teka nos obligan a reflexionar. Inclusive Horacio se ha quedado quieto, aunque sus manos tamborilean nerviosamente sobre sus rodillas. Primero nos miramos entre nosotros. Somos cuatro; desde que nacimos nunca nos hemos separado. Luchamos y vivimos todas las cosas juntos. Luego miramos interrogantes a Teka, que parece ser la única que puede pensar con claridad en este momento. Para nosotros, junto a mi nana, son las madres que han estado ahí para nosotros toda la vida, en las buenas y las malas. —Por ejemplo —reinicia sus palabras al ver que tiene toda nuestra atención—. Hay cosas que podemos evitar que les pasen a todas sus mujeres. No preguntamos; como mis hombres, mi mente también está confusa. El peso de lo sucedido se siente como una montaña sobre mis hombros. Miro a cada uno de ellos, mis hermanos de batalla, mi familia. Nunca supe que llegaríamos a un momento como este, donde todas las opciones dejarían marcas imborrables en nuestras almas, pero aquí estamos, mirando a Teka, que no se detiene y nos enfrenta. —Horacio, tú puedes ir a salvar a Juli del vampiro Utukku —dice con firmeza—. Ella dijo que cuando cumplió cinco años, su padre la llevó al internado y se la dio, ¿no es así? ¡Vete y róbatela y tráela ahora! Ella te va a reconocer por tu olor y vendrá sin miedo a tu lado. Horacio se pone de pie de un salto al recordar eso, ante las palabras de Teka. La desesperación y la incertidumbre se reflejan en su mirada, donde una chispa de resolución nace en él. Las palabras de Teka tienen sentido. Si Julieta ha sido marcada, entonces su vínculo con Horacio trasciende el tiempo y no tendrá miedo de él. Luego se dirige a mí con ímpetu: —Y tú, Jacking, vete a África a impedir que los lobos rogues ataquen a tu Luna Isis y la traumatiza; habla con su padre Amón para que vengan a vivir aquí desde ahora. —Me enderezo de inmediato, sintiendo a mi Lobo Mat gruñendo en acuerdo con lo que dice la Bruja Suprema. Eso sería muy bueno, impedir que nuestra Luna pase por todo lo que sufrió. Todos la miramos en silencio. Su resolución es inspiradora, un recordatorio de las conexiones que nos hacen fuertes y que nos dan propósito. Como Alfa Supremo, debía ser el que pensara y solucionara, pero me siento perdido e internamente le agradezco que me ayude. Ella sigue dándonos los caminos a seguir. —Amet, vete a buscar a Antonieta, róbala también. Ella ha pasado su vida sufriendo sola. ¡No dejes que vuelva a vivir y sufrir sola! Sus padres no la quieren —dice con firmeza. El lobo Ammyt de mi beta casi toma el control, haciendo que su humano Amet se enderece con los ojos dorados que me indican que está decidido a ir por su linda mitad. Pero Teka no se detiene al ver que nos está convenciendo. —Bennu, tú ve a Rumanía a ayudar al padre de tu mitad, Netfis, el Alfa Amat, a traer su manada aquí —luego me mira y agrega—. Pero desde ahora la vamos a unir a nosotros. Creo que van a hacer eso primero. Después, mi Alfa, tú salvarás a tu Luna, y juntos nos iremos a buscar a la pequeña princesa Merynert, que seguro aún está en el fondo de la pirámide, dentro del huevo. Una corriente parecía afianzarse, invisible, que nos hacía más cercanos, más conectados. Todos estábamos procesando las palabras de Teka-her a nuestra manera, y aunque su franqueza era abrumadora, nadie la cuestionaba. —Es buena idea, Teka —dije pensativo—. Podemos hacer eso, pero… —Mi Alfa, no hay peros —me interrumpió Teka, siguiendo, al parecer, el plan que ya había trazado—. Luego recrearemos sus vidas pasadas, buscaremos a los chicos y los pondremos a estudiar, todos juntos, hasta que tengan la mayoría de edad. Ustedes se convertirán en jóvenes e irán a la escuela con ellos, se integrarán en su círculo de amistad. ¡Haremos la conexión desde ahora! Todos nos quedamos mirando a Teka en silencio. Miro a mis compañeros, pero no puedo quitarme de la mente a mis tres hermosos cachorros ni a la expresión de dolor y terror en los ojos de mi Luna y mi hermana. Tampoco sus gritos de que las encontrara de nuevo. —Teka, ¿crees que podremos tener, en dieciocho años más, a nuestros cachorros de vuelta? —pregunto esperanzado. Cada palabra de Teka-her seguía reverberando en mi mente; su determinación chocaba contra mis dudas, intentando derribarlas. Nadie en la habitación parecía atreverse a romper el momento; incluso mi lobo Mat permanecía quieto, gruñendo en mi pecho, aunque podía sentir su presencia agazapada, esperando que yo, su humano, le diera una señal para actuar. —No lo sé, mi Alfa —contestó de inmediato con honestidad Teka—. Solo la madre diosa Yat sabe por qué ha permitido que todo esto suceda. Ella es la que puede darnos respuestas. —Jacking, podemos hacer todo lo que dice la bruja Teka, pero solo hasta que recobremos nuestro poder —expuso Amet, casi en un susurro—. Quizás podamos volver al futuro cuando eso ocurra. ¿Qué opinas? —¡Chicos, nadie más que yo quiere regresar al futuro! —Los enfrenté con dolor y frustración. Los miré fijamente, me senté y solté un suspiro, porque ellos estaban olvidando un hecho muy importante—. ¿Saben que si cambiamos el pasado, no será el mismo futuro? Tendríamos que dejar que la vida de todos siguiera su curso. ¿Horacio, estás dispuesto a permitir que Julieta sufra todos esos años en las manos del vampiro Utukku? —¡No, no voy a dejar que ella pase por eso otra vez! —contestó Horacio de inmediato, y escuché a su lobo Hor gruñendo furioso en su pecho. —¿Y tú, Amet? —miré a mi beta que había dicho eso—. ¿Quieres dejar que Antonieta sufra sola todos esos años viviendo abandonada en cuartos oscuros? —¡No! ¡Yo voy a ir a raptar a mi Antoni ahora mismo! ¡Quiero que sea feliz desde ahora! —sentenció, en sintonía con su lobo Ammyt, que le puso los ojos dorados y gruñó al unísono con su humano.