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TE DECLARO MÍO
TE DECLARO MÍO
Por: GPG
CAPÍTULO 0 - ADOLESCENCIA

Puede que mi mente hoy roce la locura, pero no siempre fue así. Alguna vez tuve una mente normal, como la de quien lee estas líneas. Era una chica común, con sueños que parecían razonables y una familia que me impulsaba a ser mejor. Mis padres, buenos padres al fin, me empujaron fuera del nido con la esperanza de que aprendiera a volar, de que conquistara mis propios horizontes, de que encontrara un lugar donde construir mi vida.

La idea era simple: crecer, descubrir el mundo, ser libre. Pero pronto descubrí que nunca volé realmente. Solo planeé, me dejé arrastrar por el viento hasta estrellarme contra ti. Y allí, justo allí, mis alas se entumecieron, incapaces de volver a desplegarse.

—¿Queda bien así la carta, doctora? —pregunto a Catalina, mi psicóloga desde hace ya un año.

Catalina tarda en contestar, se muerde el labio inferior, gesto que reconozco como su forma de elegir cuidadosamente las palabras. Sé que piensa que lo he hecho mal, que estoy lejos del objetivo que ella me propone.

—Creo que tu carta está un poco… teatral —responde finalmente, con ese tono que intenta no herirme—. Lorena, necesitamos que sea menos abstracta. Que narres hechos concretos. Que menciones tus errores, las conductas que debemos corregir.

Me resulta tedioso. ¿Para qué narrar lo evidente? Al final, seré yo quien leerá y quemará esa carta. Escribir que no debo obsesionarme con un hombre, que no debo perseguirlo, que no debo atacar a las mujeres que se le acerquen… me parece grotesco. Vulgar. Despojado de todo romanticismo, poco interesante. Además, ¿quién es ella para dictar cómo debo expresar mi amor?

¡Ah, cierto! No fue ella. Fue un juez.

Quizá, sí, me excedí un poco. Tal vez el juez tenía razón, aunque no lo admito en voz alta. Pero, ¿cómo no desvivirme por aquel que despertó en mí un fuego que ni sabía que existía? ¿Cómo no querer solo para mí la dulzura de sus besos, la forma en que sus labios acarician los míos, el cosquilleo que me recorre al sentir su piel contra la mía? ¿Cómo no anhelar la fuerza de sus brazos rodeándome, protegiéndome, reclamándome? ¿Cómo no perderme en el éxtasis de su cuerpo, en su olor, en su voz? ¿Cómo podría negarme a algo que deseo con cada célula de mi ser?

Catalina me observa, intentando descifrarme, y yo sonrío para mis adentros. Me divierte hablar con ella. Esta parte de la orden judicial no me parece tan terrible: aprendo a camuflarme. A mostrar solo la parte que el mundo espera de mí. Porque en el fondo, siempre seré Lorena: descontrolada, loca, apasionada hasta la médula. Solo que cada vez me veré menos adolescente, y tal vez más domada a los ojos de los demás.

—Medítalo esta noche, y mañana volvemos a intentarlo —dice Catalina al ver que no respondo, frustrada ante mi silencio.

Me incorporo del sofá de su elegante consultorio, ajusto la correa de mi mochila sobre un hombro y camino hacia la puerta. En el camino tomo una chupeta de la gran bombonera de cristal. Sonrío. Me parece un gesto tan infantilmente estereotípico que me provoca una carcajada interior. ¿Dulces para pacientes trastornados? Es casi de manual de psicología barata.

Al otro lado de la puerta me espera mi madre, con su sonrisa perfecta, inmutable, su cabello recogido sin un solo mechón fuera de lugar. Siempre impecable, siempre contenida. Sé exactamente por qué ella vino en persona en lugar de mandar al chofer: para vigilar, para controlar los rumores, para asegurarse de que nadie en el círculo social de la familia tenga siquiera una pista de lo ocurrido. Cuantas menos personas lo sepan, mejor. No vaya a ser que la vergüenza de una hija desequilibrada arruine la carrera política de mi padre.

Mientras caminamos hacia el coche, siento el sabor artificial de la chupeta llenando mi boca. Dulce, casi empalagosa. Como la vida en la que me quieren hacer encajar.

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