Puede que mi mente hoy roce la locura, pero no siempre fue así. Alguna vez tuve una mente normal, como la de quien lee estas líneas. Era una chica común, con sueños que parecían razonables y una familia que me impulsaba a ser mejor. Mis padres, buenos padres al fin, me empujaron fuera del nido con la esperanza de que aprendiera a volar, de que conquistara mis propios horizontes, de que encontrara un lugar donde construir mi vida.La idea era simple: crecer, descubrir el mundo, ser libre. Pero pronto descubrí que nunca volé realmente. Solo planeé, me dejé arrastrar por el viento hasta estrellarme contra ti. Y allí, justo allí, mis alas se entumecieron, incapaces de volver a desplegarse.—¿Queda bien así la carta, doctora? —pregunto a Catalina, mi psicóloga desde hace ya un año.Catalina tarda en contestar, se muerde el labio inferior, gesto que reconozco como su forma de elegir cuidadosamente las palabras. Sé que piensa que lo he hecho mal, que estoy lejos del objetivo que ella me propo
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