Escapar

Se había metido con hombres de m****a en el pasado; pero Lison los superaba a todos, en otras palabras, trató de secuestrar a su tía, la encerró y ahora la jodía como si no hubiera un mañana. Al menos era un buen amante.

Todavía no le quedaban claras sus intenciones, sí tenía algo en contra de su tía Elena, ¿eso no hacía que ella también fuera su enemiga? Libia resopló, se había acostumbrado a estar ahí, si lo comparaba con el mundo real, esas cuatro paredes le gustaban más, pues le daban seguridad.

—Estoy delirando —dijo en voz alta.

Pasaron tres días en los que Lison no la había visitado. De alguna manera eso la ponía ansiosa. Ver la televisión no era suficiente, en su mente repetía una y otra vez los recuerdos de aquellos tórridos encuentros, donde aquel hombre la hacía desvariar. Su miembro causándole arcadas.

A la chica se le hizo agua la boca, pasaron tres días y estaba con las bragas húmedas de solo pensar en él.

Se aclaró la garganta, luego caminó hasta la cama y se recostó, cerró los ojos en un intento por quedarse dormida, esperando que así se le fuera el tiempo más rápido.

Al día siguiente Lison tampoco apareció. Lidia comenzó a sentirse presa, más que de esas cuatro paredes, de sus deseos desmedidos.

La noche llegó y como de costumbre, se metió a bañar. Cuando salió, se percató de alguien acostado en la cama. Era él.

—Quítate la ropa —ordenó sin más.

Ella obedeció sin chistar, había estado anhelando por eso.

»Veo que alguien me extrañó.

La muchacha no dijo nada, presa de la excitación, se acercó a él y desabrochó su pantalón.

En otro lugar, ajena a todo eso, se encontraba Natalia, tenía más de un mes sin saber de su amiga, temía que le hubiera pasado lo peor. Ese día, al fin, la señora Musso le permitió platicar con ella en persona y no solo por correo.

Su asistente personal le dijo a la muchacha que podía pasar a ver a Elena.

—Señora Musso, buenas noches, quería saber de Libia, tiene un tiempo que no he tenido noticias y no responde el teléfono…

—Está de vacaciones, ya se lo había informado, señorita Rodríguez, ¿o estoy equivocada?

—No, no digo eso, pero se me hace raro que se vaya de viaje sin siquiera tener el teléfono prendido.

—Así es, Libia, pensé que ya la conocías, esa muchachita solo despilfarra el dinero. Te apuesto a que ya consiguió un anciano y está pasándola de lo lindo, mientras usted, aquí siendo un manojo de nervios —dijo Elena, acomodando su melena azabache.

—Gracias —respondió Natalia y salió de la oficina.

Sabía que la jovencita no era la persona más responsable; pero tampoco sería capaz de irse sin decir nada.Algo debía estar pasando y se encargaría de averiguar qué era.

Luego de terminar, la chica se sentía complacida; pero no cansada, tenía muchas incógnitas y ninguna respuesta.

—Señor Lison —lo llamó.

Tiodor se encontraba recostado en la cama, mirando el techo.

»¿Puedo preguntar algo?

—No, duérmete —respondió él.

—Vamos, me lo debe por ser su puta personal —dijo ella.

Tiodor puso los ojos en blanco.

»¿Qué es con exactitud el asunto pendiente que tiene con mi tía? Sé que es una bruja, pero, ¿qué hizo para que alguien como usted quiera acabar con su vida?

Lison se levantó de la cama, desnudo, sin intención de responder, puesto que no tenía por qué hacerlo.

La muchacha se sentó sobre su trasero, sabía que él no iba a contestar, pero al menos lo intentó.

Días posteriores, Lison no volvió a aparecer, pues fuera de esa casa, Tiodor tenía muchas ocupaciones.

Un día, Sarah entró a su oficina y le preguntó cómo iba el asunto de Musso.

—Es una mocosa insoportable —se limitó a responder.

—¿Crees que ya esté lista para entregarnos la empresa?

—Es muy obstinada y habla hasta por los codos.

—Tal y como te gustan —se burló la mujer—, por cierto, marcó Emily.

—¿Qué m****a quiere?

—Ya sabes que eres su minita de oro.

Lison frunció el ceño, le esperaban montañas de trabajo, y para colmo la estúpida de Emily rondando por allí, dispuesta a pedirle más dinero, como si haber vivido un jodido matrimonio no hubiera sido suficiente.

Libia, por su parte, estaba en crisis existencial, donde sostenía pláticas consigo misma. Se recordó que había pagado cientos de dólares en psicólogos. Su infancia después de la muerte de sus padres y hermano fue una m****a, y ahora ser la puta de un mafioso brasileño le daba comodidad. Vaya que si estaba mal de la cabeza.

—Tengo que salir de aquí —dijo en voz alta.

Eso era lo correcto, una persona normal hubiera intentado eso desde un principio.

La muchacha se asomó por la ventana, debía haber vecinos o vendedores de casa en casa que estuvieran cerca de allí, pero nada. Al parecer, ese sitio era desértico.

La jovencita tenía que idear otro plan. Su tía Elena ni de chiste la iba a buscar, así que tendría que encontrar la manera de salir. Si no, sería la mujerzuela de ese hombre hasta quién sabe cuándo.

La chica fue a la cocina. Tal vez por allí habría algún periódico, teléfono o persona, algo que le ayudara a salir de ese lugar.

Cuando llegó, observó con atención un pequeño adorno en forma de flamingo. Eso la hizo recordar a su madre, que era una amante de los animales, y en una ocasión le dijo que la llevaría a conocer una reserva de Brasil.

La jovencita se encogió de hombros. Si su madre viviera, dudaba que se sintiera orgullosa.

Ella se giró para volver a su cometido, entonces miró a Ron en la esquina de la habitación, viéndola con tristeza, cómo si ella, en vez de ser una mujer, fuera un cachorro lastimado.

—Ron —dijo—, ¿dónde estabas?, te he buscado por todos lados.

—Fugir —pronunció él—, escapar.

—No, yo no… —se apuró a decir Libia.

—Se, irse —susurró Ron.

—¿Qué carajo estás haciendo aquí abajo? —interrogó Sarah en la entrada de la cocina.

Ella tembló del susto.

Ron comenzó a explicarle las cosas en portugués.

—Voy a subir al cuarto —dijo la jovencita.

—No te quieras pasar de lista chiquilla, que sé oler a las zorritas a kilómetros de distancia —amenazó la mujer.

Entonces, Sara le dijo algo en portugués a Ron.

Volvió su vista hacia la chica.

—Le aconsejé que piense con la cabeza y no con el pene, por si querías saberlo.

Libia arrugó la nariz, asqueada de esa mujer. Estaba a punto de responderle algo, pero ya había metido en muchos problemas a Ron, así que se limitó a subir a su cuarto, con la nueva incógnita de ¿quién carajos era esa paliducha?

Un par de horas más tarde, Lison apareció, entrando a la habitación de la muchacha como si nada.

—Quítate la ropa —ordenó.

—¿Quién es la suripanta que vino hoy? —cuestionó, haciendo gestos exagerados con las manos.

Tiodor ignoró su pregunta y comenzó a desabrocharse la camisa.

—Aquí nadie va a follar hasta que haya respuestas —dijo ella con voz firme.

Lison la acercó a su cuerpo, ignorando sus demandas, y le plantó un beso en los labios, rudo, salvaje.

Libia sucumbió ante el placer, Tiodor la hacía perder la razón.

El hombre sabía del poder que ejercía sobre la joven, y lo utilizaba a su favor, llevándola al límite, adentrándose en la mujer sin compasión.

Pese a todo, la muchacha siempre pedía más, era como si esas nalgadas y tirones de cabello, despertaran más su libido.

Al terminar, su pecho subía y bajaba por la falta de aire.

Cuando la muchacha recobró la lucidez, se atrevió a preguntarle sobre la mujer de piel pálida y cabello rojo que se encontró en la cocina.

—Es mi asistente personal —respondió él.

—¿Su asistente de secuestros?

—Hago más que privar de su libertad a la gente, mocosa.

—Oiga, creí que ya había quedado claro que no me gusta que me diga mocosa.

—¿Qué hacías en la parte baja de la casa?

—Explorar.

—Sarah dice que estabas a punto de follar con Benicio. —Él arqueó una ceja.

—¿Benicio?

—El hombre alto y moreno que tiene la tarea de vigilarte.

—Ah, Ron.

—¿Ron? —cuestionó él, entrecerrando los ojos.

—Sí, Ron.

—Como sea, Ron tiene prohibido acercarse a ti.

—¿Por qué?

—Porque yo no tolero que mis trabajadores se pasen de listos. —Tiodor cerró los ojos.

—Por un momento pensé que estaba celoso —bromeó ella.

Lison ignoró ese comentario de mal gusto.

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