"No", dice sonriéndome. "Grandes y marrones, como los de su madre. Eso sería lo mejor".
"Bueno, supongo que tendremos que esperar a ver qué pasa", respondo, retirando la mano de su mejilla y entrelazando los dedos de mi mano con la suya.
"Tal vez podamos hacer que el bebé se dé prisa", murmura Rog