"No", responde el primer sacerdote, inclinando la cabeza. "No lo es".
"¿Al menos me dirán sus nombres?", pregunto, sintiéndome mucho más valiente que hace unos minutos. "Sigo llamándolos uno y dos en mi cabeza y es confuso".
"Soy Silas", me dice el segundo sacerdote con algo parecido a una sonrisa, "y este es Pollux".
"Ustedes dos", acuso con voz ronca, sin saber a dónde quiero llegar con esto, ni por qué me sale ahora, "ataron a mi loba y me atormentaron".
"También te salvamos la vida", señ