7. Un intento casi fallido

Marcos no estuvo de acuerdo con la decisión de Alma y se lo hizo saber una vez se encontraron solos en el despacho del hombre.

—Pero no entiendo, ¿cuál es el problema? —Protestó Alma—. Siempre me dijiste que era la secretaria más eficiente que habías tenido y estoy segura de que ahora también lo hará muy bien.

Victoria le había referido la razón por la cual Marcos la había despedido y tras una ligera reflexión, Alma comprendió por qué el hombre no la quería en casa.

—No te gusta que sea mi amiga, ¿verdad? —Ella lo miró a los ojos.

—No me gusta que sea una chismosa.

—Ah, ya veo —Alma lo miró con desaprobación—. Entonces no tienes intenciones de cambiar. Vas a seguir portándote mal y temes que Victoria me lo cuente.

A noche, después de hacer el amor, tuvieron una larga charla en la que Alma decidió que confiaría en la palabra de Marcos. Él nunca la había engañado, pero su actitud aún la hacía dudar.

—No, no es eso —Su marido le posó las manos sobre los hombros y la miró arrugando la frente—. Dijiste que me creías y que ibas a confiar en mí. ¿Lo recuerdas? Sin reproches —Marcos caviló por un momento y decidió—: está bien. Que se quede, pero está a periodo de prueba. Al primer error se irá y me dejarás elegir a la nueva niñera.  ¿Entendido?

—Como usted diga, señor.

Marcos le dio un suave beso en los labios y la mimó por un tiempo antes de que bajaran a la sala y le comunicaran a Victoria su decisión.

Alma le otorgó el cuarto contiguo al de Matías y se cercioró de que la mujer estuviera cómoda. Pasó la tarde de aquel domingo mostrándole la casa y dándole instrucciones sobre el cuidado de su hijo, así que al día siguiente Victoria se encontraba lista para comenzar.

—También iré a hacer algunas diligencias —le informó Alma después de que Marcos se marchó—. Volveré en la tarde. Por favor, no salgas de la casa y si por alguna razón necesitas hacerlo, me avisas.

—Vete tranquila, Alma. Protegeré a tu hijo con mi vida.

Sin embargo, una vez Alma se hubo marchado, Victoria tomó su auto y se alejó de la casa con Matías rumbo a la ciudad. Cada minuto era valioso y no podía darse el lujo de desperdiciarlo.

—La estúpida de Mónica debió haberlas sacado —se dijo, pensando en las bayas de hiedra venenosa que no halló en su maleta—, solo espero que las haya arrojado a la basura.

Victoria utilizaría las bayas para hacer padecer a Marcos Rubio antes de su final y jamás sospecharían de ella.  A los otros los había eliminado con rapidez sin dejar ningún indicio de su crimen, pero Marcos era quien más le interesaba y se tomaría su tiempo para disfrutar verlo derrumbarse.

Una vez llegó al mercado, dejó a Matías en el auto. Se apresuró a comprar las bayas y volvió en seguida. De regreso le compró al pequeño un helado e intentó convencerlo para que no dijera nada acerca de su viaje. Aun así, era probable que la delatara, pero ya encontraría una excusa. Después de todo, resultaba muy fácil disuadir a Alma.

Regresó a casa y cumplió con sus labores, pensando que Alma regresaría en cualquier momento, pero a las seis de la tarde ella todavía no había hecho presencia, lo cual resultaba perfecto. Cuando Marcos arribó, Victoria se apresuró a prepararle un café, puso algunas gotas con el jugo de las bayas en la taza y subió a su despacho.

—¿Alma le dijo a qué hora regresaba? —preguntó Marcos una vez ella ingresó.

—No, doctor.

Él se veía preocupado por la ausencia de su mujer. Tomó el café sobre la mesa y lo acercó a su boca.

—¿Matías sigue dormido? —preguntó, sin beberlo todavía. Victoria asintió en respuesta—. Siempre está despierto cuando regreso a casa, debiste haberlo hecho dormir después del mediodía.

—Lo hice, pero terminó cansado después de que jugamos por un tiempo —mintió Victoria. En realidad, había sedado al pequeño para evitar tener que prestarle atención—. De todas formas, más tarde lo despertaré cuando su madre venga y prepare la cena. También podría hacerla, pero Alma dijo…

—Sí, sí. Tú solo debes dedicarte a los cuidados de Mati —Marcos apuró un trago de su café y lo escupió al instante—. Esta… amargo y frío —gruñó—. Se nota que nunca preparaste uno en tu vida. Deja que Alma se encargue de la cocina, y llévate esto.

—Lo siento. Enseguida, le preparo otro.

Omitió llevarse la taza y descendió a la cocina lanzando insultos mentales contra el hombre. Esas bayas eran escasas y no podía darse el lujo de desperdiciar el valioso jugo. Aun así, fue a preparar otra taza como a él le gustaba. A lo mejor, el veneno no empezara a pudrirlo por dentro todavía, pero le causaría malestares.

Esta vez no lo halló en el despacho y cuando lo llamó la voz del hombre provino de algún lugar del piso superior. Victoria ascendió las escaleras de caracol al final del pasillo y se encontró a Marcos de pie al borde de la terraza.

—Doc… —Victoria se calló antes de que el hombre advirtiera su presencia.

Prácticamente Marcos se había puesto en bandeja de plata y Victoria se encontró realmente tentada a tomar aquella opción tan fácil. Un simple empujón y todo terminaría. Marcos Rubio estaría muerto antes de que pudiera darse cuenta, pero, ¿cómo ocultaría esto de la policía?

Quizá no tuviera que hacerlo, porque iba a huir muy lejos y empezaría una nueva vida, a millones de kilómetros de las desgracias de su oscuro pasado. Sí, era lo mejor que podía hacer, sería una tonta si desperdiciara esta oportunidad ante sus ojos, así que se movió con sigilo, saboreando la satisfacción del trabajo culminado.

—¡Te encontré! —Unos pequeños brazos la rodearon por detrás, dándole un susto que le hizo resbalar la taza de sus manos—, oh, perdón.

Victoria miró el café derramado en el suelo junto a la taza hecha pedazos y controló la cólera que floreció contra Matías. Por culpa del chiquillo había perdido una de sus más grandes oportunidades.

—Mati, aléjate de los vidrios —ordenó Marcos—, y Victoria recoge eso, por favor.

—Sí, enseguida, doctor. Lo siento —ella se inclinó para limpiar el desastre—, solo quería traerle su café.

—No era necesario —respondió Marcos y Victoria levantó la vista para descubrir que el hombre apuraba una taza del líquido—. Este que me trajiste antes no estaba tan mal. Creo que será bueno para mi salud empezar a disminuir el consumo de azúcar… Por cierto, tenía un sabor ácido delicioso, ¿qué le pusiste?

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