DOS SEMANAS

DOS SEMANAS

Elvira se encontraba en su despacho ultimando las últimas llamadas de la mañana, aunque era una de las ejecutivas, le gustaba hacer las cosas por cuenta propia. La editorial no era solo su trabajo, era su templo y le gustaba involucrarse.

De fondo, en la sala principal, alguien encendió el televisor y pudo escuchar cómo el presentador de noticias comentaba el hallazgo de un cadáver de un hombre de unos treinta y cinco años en el hueco de un ascensor en el edificio abandonado de la calle Gil. El cuerpo presentaba múltiples puñaladas y una mutilación, aproximadamente por el estado de descomposición llevaría allí metido unas dos semanas.

Elvira estaba helada sentada en su sillón escuchando la noticia. Temía más la reacción de Carmen que la noticia del macabro descubrimiento. Siguió atenta escuchando cada palabra, cada detalle...

—Por ahora no hay ningún sospechoso, no se han encontrado huellas ni nada que pueda acercarnos al asesino, tampoco se ha encontrado el arma homicida. Este hecho marcará a esta bella y tranquila ciudad. Quien haya cometido tal acto no tiene ningún tipo de humanidad y esperemos que sea capturado lo antes posible.

No se percató, pero estuvo sentada en su sillón sin moverse dos horas, solo pensando en Carmen, en cómo estaría ahora mismo, en si descubrirían algo más, totalmente absorta en sus pensamientos. Volvió en sí, sujetó el móvil y comenzó a investigar.

Martín Sánchez Vega, casado, desde hace diez años con Sandra Aguilar, trabajador, serio y un gran marido.

Las redes sociales comenzaban a echar humo. Pedían a gritos la cabeza del asesino.

La gente salió a la calle en busca de justicia; era, sin duda, la noticia del año y más en una ciudad tan pequeña. Ceuta, una bella ciudad rodeada de mar y montaña, de una población no superior a los ochenta y cinco mil habitantes. Todo el mundo se enteró al segundo de salir en las noticias y no se hablaba de otra cosa. El asesino lo tenía difícil, ya no solo por la gran expectación pública, sino que para salir de Ceuta solo había dos opciones: o cogías un barco que te llevara a la península o cruzabas la frontera a Marruecos.

Durante las semanas de la desaparición de Martín nadie se percató de su ausencia, pues su propia mujer, ahora sospechosa, comunicó a amigos y familiares que Martín se encontraba de viaje de negocios. Mal momento para mentir, pensaría ella. Pero no estaba preparada para enfrentarse a la verdad. La noche que él desapareció ya llevaba dos días sin dormir en casa. Sandra le había echado tras descubrir su aventura con Jazmín, excompañera del trabajo y amiga de la familia. Cuando al día siguiente no se presentó al trabajo, Sandra supuso que al final hizo lo que tanto amenazaba con hacer, iba a coger el primer barco y se reuniría en Madrid con su amada Jazmín donde ella residía desde hacía dos meses.

Jamás pensaría que en vez de estar entre las piernas de la exótica Jazmín estaría pudriéndose en un ascensor mugriento de un edificio abandonado. No sintió ningún tipo de alivio por su muerte, ella lo amaba, lo amaba con locura, cosa que a su vez odiaba.

Nunca pudieron tener hijos, ella se culpaba y justificaba con eso de las múltiples aventuras de su marido, hasta que ya fue él mismo el que decidió abandonarla.

Ahora se encontraba sin él y sospechosa de asesinato. La burbuja de mentiras que fue creando durante diez años acababa de estallar y de mojarla casi para ahogarla.

Iría a la policía y contaría toda la verdad, lo bueno es que pruebas tenía de sobra y una coartada: esa noche, estuvo en el hospital en su turno de noche, había más de quince testigos que podían corroborarlo.

¿Quién podría haber matado a su marido..., alguna amante despechada, un socio cabreado...?

—¡Elvira, por Dios, ven a casa ya! Carmen se ha vuelto loca. Volvió a hacerse cortes y solo sabe gritar y llorar..., por favor, ven lo antes posible.

—Narciso, cálmate, cojo el coche y llego en diez minutos. ¿Sigue Elo en el colegio?

—Sí, menos mal.

—Estoy saliendo...

Los sudores le caían por frente, ojos y boca. Estaba nerviosa, asustada y angustiada; su hermana, su pequeña niña estaba teniendo una crisis..., ya lo avisaron los médicos cuando la diagnosticaron con ansiedad disociativa.

Corrió hacia el coche casi tropezándose, se subió y se puso en marcha. Llegó a la casa justo en once minutos. Cuando entró por la puerta, la imagen que vio quedaría en su retina para siempre. Carmen estaba tirada en el suelo de la cocina, mirando al abismo, sus ojos marrones, casi negros, se veían ahora casi blancos, color niebla, color muerte.

Con unas tijeras de cocina se hacía cortes, pasaba del brazo a la pierna, de esta al abdomen, y volvía a los brazos. No parecía sentir ningún tipo de dolor, todo era mecánico, robótico.

Narciso se encontraba medio agachado en el pasillo llorando y gritando.

—¿Qué puedo hacer? Si intento forzarla me ataca a mí y comienza a golpearse la cabeza, está ida, totalmente ida, mucho más que la primera vez que le dio su crisis. ¿Qué puedo hacer? Estoy muy asustado, Elvi..., ¿qué le pasa?, ¿por qué actúa así?

Elvira, con una calma imperturbable que ni ella misma sabía de dónde la había sacado, entró en la cocina y se tumbó al lado de Carmen.

—Carmen, ¿recuerdas cuando de pequeñas jugábamos a casarnos con los chavales del barrio...?, era muy divertido. ¿Recuerdas que odiabas que te peinara o maquillara para nuestras bodas?, salías a correr y te ponías de morros.

»¿Recuerdas el día en que estábamos en casa mamá, tú y yo, y oímos unas voces que no sabíamos de dónde procedían y salimos las tres, junto con nuestras mascotas corriendo de la casa y fuimos a casa de nuestra abuela?

»Hay tantas cosas de nuestra infancia que recordar y tantas que olvidar, mi niña, pues hoy es una que hay que olvidar, y lo primero que vas a hacer es darme esas horribles tijeras que tienes en las manos, no te lo estoy pidiendo, te lo ordeno.

Carmen cedió las tijeras a su hermana y poco a poco fue recuperando el color de sus ojos y parecía adquirir un poco de luz en su rostro, sus pecas volvían a aparecer.

—¿Recuerdas también, mi niña, cuando estando de cervezas mandaste a la m****a a ese cerdo que solo decía guarradas que casi le estampas la botella de cerveza en la cabeza? Ahí me salvaste tú..., pues ahora me toca a mí.

Con sus manos, limpio las lágrimas de Carmen y consiguió que ambas se pusieran en pie y fuesen a sentarse en el sillón del salón.

Mientras hablaba y la consolaba, Narciso curaba sus heridas que, por suerte, no fueron lo suficientemente profundas como para ir a un hospital.

Se encontraban los tres sentados en el sofá. Carmen aún no había dicho ninguna palabra, solo miraba hacia el infinito. ¿Qué estaría viendo en este momento, qué pensaría, dónde estaba su mente...?

Narciso la atrajo hacia él y la abrazó con fuerza, no sabía qué más hacer, qué decir, la agarraba con amor y la besaba.

Pasó una hora. Ninguno de los tres se habían movido, no hablaron, era como si Carmen se los hubiese llevado a ese mundo donde se encontraba en este momento, en su abismo, en su infierno particular.

Un sonido fuerte y agudo despertó a los tres de ese malvado trance, una llamada de teléfono, el móvil de Narciso, una llamada procedente del colegio. De un salto, salió a correr hacia la puerta y se fue.

—Elvira, lo han encontrado y ahora me buscarán a mí y acabaré en la cárcel sin ver a mi niña, sin verte a ti...

—No tienen nada, nada de nada, y menos contra ti, jamás te

relacionarán con eso, además, tú no has sido, mi niña, el cuchillo llegó a ti no sabemos cómo ni por qué, pero eso es lo de menos, porque acabarán encontrando al culpable y esto se quedará en una mala pesadilla, te lo juro por mamá y sabes que yo nunca fallo, nunca, confía en mi palabra. Da dos días más de margen y te aseguro que el lunes ya tienen al asesino y tú descansarás tranquila, mi ángel. Aguanta dos días, solo dos días más. Te lo prometo.

—Lo intentaré, pero esto me está matando, me quema el cuerpo por dentro, vomito todos los días, tengo pesadillas, apenas puedo dormir. Siento cuando estoy dormida como si mi cuerpo no fuera mío, no acata órdenes y noto que quiere desaparecer.

Elvira observaba a su hermana y lloraba, sonreía y la abrazaba, era su pequeña, era suya.

—Sí, dime Narciso..., oh, sí, mucho mejor que vaya casa de tu madre y pase el finde allí, diles que Carmen está constipada y con mucha fiebre. Tranquila, Elo va a estar en casa de Ana y tú podrás descansar y recuperarte. No le cuentes nada a Narciso, que lo preocuparás, y puede ponerte más nerviosa aún, tú hazme caso a mí, dile que has visto a papá paseando a su novia de cuarenta años, mostrándola por la calle como si llevara a una princesa. Y tú has entrado en cólera. Hazme caso, hazlo por mí.

—Por ti, bajo la luna. Gracias por estar siempre ahí, a mi lado, sin ti yo no podría seguir, no podría luchar más, tú eres mi razón de ser, hermanita, por la que aún sigo aquí. Tú tiras de mí, y me traes de nuevo al mundo.

—Sabes que haría lo que fuera por ti, lo que fuera, cueste lo que cueste y estaré ahí siempre, en lo bueno y en lo malo, ahora tienes que descansar, tómate tus pastillas, túmbate aquí en el sofá, pon la tele y duerme, olvídate de todo durante unas horas.

Lunes, once de la mañana. Noticia que ocupa todas las pantallas, radios y redes sociales.

Sandra Aguilar, asesina. Sandra Aguilar mató a su marido en un ataque de celos. Sandra Aguilar usó su coartada del hospital, pero estuvo ausente durante una hora, tiempo máximo para cometer el crimen. Encuentran pruebas incriminatorias en el coche de Sandra Aguilar.

Doce y media de la mañana, Sandra Aguilar se encuentra ahora mismo en disposición policial, no saldrá de la cárcel hasta que se celebre el juicio. Todo apunta a un crimen pasional. El coche lleno de pruebas —chaqueta manchada de sangre de la víctima, un punzón y un cuchillo—.

—¿Cómo va a ser un cuchillo? ¡Eso es imposible! Nosotras lo tiramos, Elvi. ¿Cómo va a estar el cuchillo ahí?

—¿Y si tiramos otro, y si no era sangre y tú creías que sí, y si era de algún yonqui como te dije? Carmen, hay culpable y no, no eres tú. Se acabó, mi niña, se acabó, esa zorra se pudrirá en la cárcel y tú y yo ya podremos descansar. ¡Se acabó! —dijo Elvira mientras aplaudía y sonreía —. Luego voy a verte con cuatro botellines de cervezas, a las ocho estoy en tu casa. Cuando salgas de tus clases de yoga, mételes caña hoy a tus alumnas y echa toda la ansiedad fuera, ya se acabó.

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