Caranavi- Bolivia.
En esa carretera inhóspita, y en medio de la penumbra regresaron a la finca en donde minutos antes residían, todos.
Lourdes curó el roce de la bala que tenía el agente López en el brazo. Lola abrazó a Emma, la niña se durmió en sus brazos sin aún comprender con exactitud lo que había ocurrido con su padre.
En horas del amanecer el canto de las aves alertó a los habitantes de la casa.
—Es hora de irnos —avisó López a Lola y Emma.
María Dolores asintió, no recogió más de lo que había empacado días antes decidida a escapar, sabía que no podía andar en tierras desconocidas con demasiado equipaje y una niña pequeña.
—¿Quién te contrató? —cuestionó con seriedad acercándose a Lourdes.
—El señor Ricardo —informó ella con seguridad—, yo no sé de quién recibía órdenes, siempre que hablaba por el móvil, y yo me acercaba, hacía silencio, mencionó alguna vez el nombre de una mujer, pero no recuerdo más.
Lola apretó sus puños con impotencia.
—Señora Lolita la voy