32. Capítulo: Impredecible
Las avispas revolotean dentro de mí. Siento que me clavan su ponzoña en el interior, el aguijón ha dejado un terrible ardor en la boca de mi estómago. Busco en el silencio un refugio impenetrable, quiero dejar de sentir esquirlas en la piel, el desapacible dolor que me arrastra a un lugar inexistente.

Falta poco, todavía la cadena perpetua no se ha ido.

Y ya me he consumido.

Él me ha atrapado de distintas maneras con su vorticidad, han sido tantas turbulencias que necesito aire, fuerza, valentía para armarme de una vez por todas.

Ya no quiero ser débil, sucumbir a las ruinas que él me ha dejado. Tal vez me costará resurgir de las ruinas, y no me rendiré hasta conseguir construirme.

Suficiente de ser un muro caído, una estrella apagada, basta de ser la insignificante ceniza que ha dejado su fuego en mí.

Me convertí en lo que menos imaginé, pero depende de mí ser algo mejor que eso.

Pero...

Mi alma es un desierto, un lugar baldío e inhóspito, es una estación triste donde la agonía
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