Horatio bajó del auto y se dio la vuelta para ayudar a Isla.
—Con cuidado dulzura —dijo y le tendió la mano.
Se alegraba de estar de regreso en casa, pero iba a extrañar el hospital. Un pensamiento demasiado raro. Uno que, estaba seguro, muchos padres primerizos entenderían. La explicación, bastante sencialla. Al menos en el hospital había personas capacitadas que parecían entender a sus hijos mejor que él.
Desde que sus gemelos habían nacido, una semana atrás, no había podido relajarse. El mínimo gesto de incomodidad y él saltaba a atenderlos, la mayoría de veces sin tener idea de qué demonios los estaba fastidiando.
Sus padres, las enfermeras y lo médicos le dijeron que aprendería a reconocer el motivo detrás de cada tipo de llanto. A menudo se preguntaba si esa habilidad no debería haber venido incluido en el paquete de ser padre.
Siete días y él todavía se sentía igual de inútil que el primer día. Casi le dio escalofríos al recordar aquel primer día cuidando a sus hijos. Los dos