Se compra marido
Se compra marido
Por: Mony Ortiz
Capítulo 1

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Capítulo 1

El avión procedente de Nueva york, aterrizó en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México, Victoria San Román regresaba a casa después de diez años de vivir en un lujoso internando en Londres, Inglaterra. Su madrastra se encargó de encerrarla allí apenas se casó con su padre, don Santiago San Román, el dueño de la hacienda Cacaotera más importante de Tabasco, Victoria tenía tan sólo trece años cuando su madre murió y  solo unos meses después, don Santiago se  estaba casando con Dinora Blanco, quien supuestamente, se hacía llamar la mejor amiga de su madre, ese año Victoria no sólo perdió a su madre, sino que también perdió a su padre, quien la abandonó en el más caro internado de Londres, para complacer a su nueva esposa.

Una oleada de sentimientos encontrados la invadieron cuando recibió la llamada que la hizo volver a México, a su padre, le había dado un infarto y estaba en estado de coma, según Dinora, ella debía regresar para despedirse de él, antes de que fuera desconectado, pero después de diez años sin verlo, ella no creía que tuviera mucho que decirle, el único contacto que había tenido con su padre en diez años, había sido por correo electrónico.

“Victoria, Dinora y yo saldremos de viaje para Navidad, no tiene caso que vengas, mejor quédate y aprovecha el tiempo estudiando”

“Victoria, ya he recibido tus notas y no son las mejores, deberías esforzarte más, ese colegio es demasiado caro como para que no aproveches el privilegio que tienes de estudiar allí”

Muchas veces quiso escapar y dejar de depender de su padre, olvidarse de él, tal como él, se había olvidado de ella, pero quizás le faltó el valor o en el fondo, esperaba que la quisiera, aunque sea un poquito.

La semana pasada había cumplido veintitrés años, se había titulado como profesora en enseñanza en el idioma inglés y le habían ofrecido una plaza para dar clases, en el mismo internado en el que estuvo presa durante tantos años, que ironía que cuando lo hicieron, se sintió libre, con un empleo bien remunerado, podría rentar un departamento cerca del internado, independizarse de su padre y olvidarse de él y de todo lo que la unía a México, para siempre.

Apenas salió del aeropuerto, rentó un automóvil, podía tomar un avión a Villahermosa Tabasco, pero prefería conducir desde la ciudad de México, quería prolongar su llegada el mayor tiempo posible, quizá cuando ella llegara él, ya habría partido y así se evitaba la pena de no tener nada que decirle, en cuanto a Dinora, no iba a poder evitar verla, quizá sería mejor hospedarse en un hotel y no llegar a la hacienda San Lorenzo, la casa en la que nació y que debía querer por haber sido el hogar que compartió con su madre, pero que su madrastra “La hiena” como ella le llamaba, había convertido en su guarida.

Fueron casi nueve horas de viaje, pudieron ser menos, pero, Victoria no excedía los límites de velocidad, en realidad, no tenía ninguna prisa por llegar.

Estaba llegando a Villahermosa, según el GPS, estaba a cuarenta minutos de distancia de Comalcalco, su pueblo natal, allí, en el hospital del pueblo, se encontraba internado su padre, no sabía por qué Dinora, no lo había trasladado al extranjero o cuando menos a la ciudad de México o a la capital del estado.

Llegó a Comalcalco, alrededor de las cuatro de la tarde, y se decidió por hospedarse en un hotel cerca del pueblo, ella, ya no sentía la hacienda como su casa, se sentiría totalmente extraña en ese lugar.

Buscó en internet y su única opción era Cabin In Zona Maya-joy Chan, ya que, al parecer debido al carnaval, no había habitaciones desocupadas en ningún hotel cercano, ésta era una casa de dos habitaciones y dos baños, estaba disponible así que se puso en contacto con el administrador para verla; cuando llegó, ya la esperaba un hombre joven a caballo, en cuanto la vió, bajó y se presentó.

—¿Usted es la señorita Victoria, que está interesada en ver la casa? Yo soy Juan Romero el administrador, a sus órdenes.

— Gracias señor, quiero alquilar la casa por dos noches.

—A mí también me interesa, yo te voy a pagar dos semanas por adelantado.

—¡Pero que se cree? Yo llegué primero.

—Pero sólo pagará dos noches, yo la necesito dos semanas y creo que al administrador le conviene más un cliente como yo.

—Es usted un majadero, si fuera un caballero, me cedería la casa por ser una mujer.

—Lo siento señorita, puede usted pensar lo que quiera de mí, pero necesito la casa y no voy a ceder, además pagaré por adelantado y en efectivo.

—Por favor señor Juan, yo vengo a ver a un familiar que está internado en el hospital, no hay habitaciones en ningún hotel y esta casa es mi última opción, por favor, permita que yo me hospede aquí.

—Lo siento señorita Victoria, esto es un negocio, y me conviene más aceptar al Señor…

—Santiago, Santiago de Alvarado.

Victoria volteó furiosa a ver la cara del hombre que estaba tratando de ganarle el hospedaje, era un hombre joven, de no más de veintisiete años y muy, pero muy atractivo, pero, eso no le quitaba lo majadero y de todos los nombres en el mundo ¿Se tenía que llamar igual que su padre?

—Para que no diga que no soy un caballero, le propongo algo señorita, ¿Qué le parece si las primeras dos noches las pagamos entre los dos? Es una casa con dos habitaciones y yo no tendría ningún inconveniente en compartir la casa con usted, por dos noches.

—¡Está usted loco? ¡Yo no voy a compartir una casa con un desconocido! ¡Usted bien puede ser un delincuente o un degenerado!

—Yo sólo quise ser amable con usted, pero si usted no quiere, es su problema, yo, ya tengo dónde hospedarme. ¡Vamos Juan firmemos de una vez! Para que me entregue las llaves que me urge darme una ducha para ir a comer algo, he viajado durante horas y estoy muerto.

Victoria regresó a su auto y comenzó una nueva búsqueda en internet, esperaba encontrar algo pronto, quería hospedarse antes de ir al hospital; pero nada, todos los hoteles estaban al cien por ciento de ocupación — “Es una pesadilla”— pensó, pero tal parecía que la única opción que tenía para conseguir una habitación, que no fuera en la hacienda San Lorenzo, era compartiendo la casa con ese desconocido majadero.

—¡Espere! Acepto compartir el alquiler con usted, le pagaré el cincuenta por ciento del costo de dos noches.

—¡Está bien señorita! Sólo espero que no sea usted una delincuente o una depravada, yo todavía soy muy joven para morir y sin haber amado. ¿Al menos me podría dar su nombre?

—Victoria San…Sánchez

Entraron en la casa y Juan les mostró las habitaciones, afortunadamente, cada una tenía su propio baño, aunque era más bien, una cabaña de madera, con techo de teja y un amplio patio frontal, Santiago, eligió por supuesto, la mejor habitación y de inmediato se encerró sin dirigirle la palabra, lo que ella agradeció.

Decidió ducharse así que cerró la puerta de la habitación con seguro y puso una silla atravesada, aunque Santiago era un hombre muy atractivo, blanco, con unos grandes ojos negros y unas largas pestañas que envidiaría cualquier mujer, no dejaba de ser un desconocido y majadero.

Victoria, se metió en la ducha y nunca logró que saliera agua caliente, hacía calor, pero ella no estaba acostumbrada a bañarse con agua fría, y unos gritos se escaparon de su boca al sentir el agua helada sobre su cuerpo.

Sacó la ropa de su maleta y se dio cuenta que nada de lo que llevaba, era adecuado para el inmenso calor que se sentía, así que pensó que podía usar un camisón de encaje como blusa o moriría de calor, cuando en Londres, el clima era de nueve a quince grados máximo, en Tabasco, debían estar a treinta y cinco grados mínimo.

Salió de la habitación, para ir al hospital, iban a dar las seis de la tarde y estaba a escasos diez minutos así que, al mal paso, darle prisa.

—Victoria, ¿Vas a salir así a la calle?

—¿Así como?

—Vestida así, con ropa interior.

—No creo que mi ropa sea de tu incumbencia, además salir así, es normal en Londres.

—Ah, ya veo, vienes del extranjero, pero aquí no es Londres, vestida así, te arriesgas demasiado, es incluso peligroso, por esta zona, hay mucho hombre que viene a trabajar la cosecha del cacao y del plátano, son hombres de campo y a veces hasta delincuentes que vienen a emplearse en esta zona para esconderse de las autoridades, deberías considerar taparte un poco más.

—Es que me muero de calor, la ropa que traigo es demasiado calurosa.

Santiago se quitó la camisa que traía y se la ofreció para que se la pusiera.

—No, no es necesario, usaré lo que traigo hasta que pueda comprar algo.

—No te preocupes, en cuanto te compres algo, me la devuelves.

Ella se puso la camisa, era de una suave tela bastante fresca, en cuanto se la puso, él se le acercó tanto, que ella pensó que iba a besarla, pero sólo tomó los extremos de la camisa y le hizo un nudo al frente, a la altura de la cintura y le dobló las mangas a la altura de los codos.

—Gracias— volteó el rostro hacia un lado para no verlo directo a los ojos

—Que no se diga que Santiago de Alvarado no es un caballero.

Se dio la vuelta, sacó otra camisa del maletero de su jeep, se subió y se fue dejándola ahí parada, sin saber que decir.

Llegó al hospital y respiró profundamente antes de entrar, preguntó en la recepción por la habitación de don Santiago San Román.

—Solo los familiares pueden verlo señorita.

—Ella puede verlo, es su hija, permítale pasar por favor.

Victoria volteó al escuchar la voz de la mujer, habían pasado diez años, pero la voz de Dinora, no la olvidaría nunca.

—¡Victoria querida! ¡Bienvenida a México! ¡Mira nada más! Si ya eres toda una mujer, eres igualita a tu madre, eres el vivo retrato de Sonia, que en paz descanse.

—Hagamos esto rápido Dinora, entre más pronto lo vea, más pronto podré regresar a Londres.

—¿Quien diría? Parece que quieres deshacerte de tu padre lo antes posible, pareciera que no te importa.

—Tú me dijiste que ya tenía muerte cerebral, que sólo estaba conectado para que yo lo viera, no le veo el caso, pero ya estoy aquí, así que ¿Para qué esperar?

—Señorita, Llame por favor al doctor Palacios, ya está aquí Victoria San Román, así que se cumplirá la última voluntad de mi esposo.

—¿Qué quieres decir con cumplir su última voluntad?

—Tu padre, estuvo enfermo por algún tiempo, y dejó estipulado que, en caso de caer en estado vegetativo, fueras tú, quien lo desconectara.

—¿Yo? Eso es una locura, yo no puedo hacerlo.

—Buena tarde señora San Román.

—¡Ah, Doctor Palacios! Déjeme presentarle, ella es Victoria San Román, mi hijastra.

—Buena tarde doctor, ¿Está seguro de que ya no hay nada que se pueda hacer por él? Quizá si lo llevamos al extranjero.

—Entiendo señorita, que, como familia, guarden esperanzas, pero lamentablemente, el cerebro de su señor padre, dejó de enviar señales a su cuerpo desde hace tres días, su corazón ya no late por sí mismo, es solamente el monitor el que lo mantiene latiendo.

Cuando entraron en la habitación, Victoria sintió un profundo dolor al ver a su padre en ese estado, parecía un cadáver, nada que ver con el hombre fuerte e imponente que ella recordaba, ni siquiera parecía la misma persona, lleno de tubos, en la boca, en la nariz y sondas en varias partes del cuerpo.

—Lo único que tiene que hacer es presionar ese botón y su corazón dejara de latir, como le dije, el ya no tiene respuesta cerebral si no fuera por el respirador y el monitor cardiaco, ya se habría ido, pero la estábamos esperando a usted, la señora Dinora, quería cumplir con la última voluntad de su padre.

—Es que yo, no puedo hacerlo.

¿Quiere que la dejemos sola para que se despida?

Victoria, asintió con la cabeza, no tenía nada que decirle, quería llorar, pero el llanto no salía de sus ojos, hubiera querido decirle algunas palabras, pero lo único que llegaba a su mente eran reproches.

—¿Por qué papá?  ¿Por qué me alejaste de tu lado? Te perdono, no te guardo rencor, gracias por pagarme una escuela tan cara, es lo único que me diste en la vida. Adiós para siempre.

Victoria presionó el botón que le indicó el médico, el monitor se apagó y a ella, le pareció escuchar un ligero gemido, pero Santiago San Román se había ido…

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