La luz del sol poniente se filtraba por la ventana lateral hacia el pasillo.
Gabriel solo llevaba puesta una camisa blanca perfectamente planchada, con el saco colgado en el brazo.
Su cabello negro y desordenado tal vez por la prisa de llegar se veía ligeramente despeinado, sus ojos profundos y afilados, la mano que presionaba el timbre era elegante y de dedos largos y definidos.
Ana abrió rápidamente la puerta.
—¿Señor Urquiza? Usted—
Sin esperar a que Ana preguntara el motivo de su visita, el hombre ya había entrado a su territorio.
Cerró la puerta tras de sí, sus ojos se fijaron directamente en su rostro—para ser más precisos, en su mejilla izquierda que había sido golpeada por Irina.
Al sentir una sensación extraña en la mejilla izquierda, Ana se tragó todas las palabras que tenía en la garganta.
Instintivamente retrocedió un paso, bajando la mirada, sin notar que los ojos del otro se habían oscurecido en un instante.
Gabriel dijo:
—Tadeo me envió un mensaje diciendo que te había p