A los lejos podía oír ecos de lo que supuso eran gritos, pero todo él se encontraba inerte, con los ojos puesto en el hombre que yacía sentado en el lujoso y elegante sofá de cuero negro. El ojo izquierdo del hombre comenzaba a tomar un horrible color violáceo, transformando el rostro impasible en uno dolorido y agónico. Unos ojos color calaíta lo miraban con palpable aflicción y algo en su interior despertó, trayéndolo a la realidad.
—Q-qué… hice —murmuró, sus facciones mutando a un gesto agnóstico.
—Me lo merecía —habló el hombre—. Hace años que me lo merecía —Sus ojos viajaron por el rostro ajeno, la verdad cayendo y enjaulándolo—. No me veas así, es la verdad.
Una risita incrédula escapó de sus labios heridos y negó con la cabeza, asimilando lo que hab