Capítulo XXV

Estiro la manga del guante hasta que lo siento bien puesto. Al mismo tiempo, reviso el filo de mi hoja, está más que preparada para divertirse un rato. Luego, me pongo con serenidad absoluta la máscara.

Cuadro los hombros, aligero el peso en ellos. Hoy me toca relevar a un muchacho que ha estado casi doce horas en la retaguardia. No titubeo al caminar hacia dicho lugar algo iluminado por la luna que esta vez está sin acompañantes. Diviso la solitaria carretera con más suciedad en ella. Estaré sola como de costumbre.

Las luciérnagas bailan al final del camino de asfalto, acompañadas por el cantar de los grillos y ranas que aclaman una lluvia y un apareo pronto.

A veces me entra la curiosidad de cruzar el límite que es la carretera misma, para echar mis narices en las destartaladas cabañas que se pierden entre la larga maleza, no solo eso, investigar más allá de ellas y ver qué puedo encontrarme. Sin embargo, cuando estoy a punto de calmar esa insana necesidad,

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