Capítulo XXIV

—Eva, ¿es posible que no me detecte?

Se fija en mí luego de dejar en paz la pobre sopa.

—Sí, es posible. —Se frota las manos en su delantal—. Pásame ese frasco con ajo molido.

Dejo caer los hombros. Ha pasado de mi presencia desde que irrumpí en su cueva.

Me estiro hasta alcanzar el dichoso frasco; lo examino antes de entregárselo con una inclinación de pleno cansancio.

—Deberías aprovechar tu poco descanso en visitar a tu padre —comenta luego de agradecerme y echar una pizca de ese ajo en el líquido ámbar.

—Cuando obtenga lo que necesito de ti, iré con él —contrataco cruzada de brazos. Más es una mentira vil.

Vuelve a ignorarme, yo vuelvo a bufar.

—Ahora. —Mi mirada se ilumina de esperanza—. Pásame el koriander. —Esa esperanza decae al mismo tiempo que mis gan

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