Capítulo 4. Última advertencia

Alina Fiore

—Es mi última advertencia, preciosa. O aceptas el trato que amablemente te ofrezco, o regresas a vender tu lindo cuerpo al mejor postor como estuviste a punto de hacerlo.

Recuerdo lo horrible y sucia que me sentí al entrar al burdel y encontrarme ante las miradas lascivas de todos los hombres ahí, y me estremezco ante la posibilidad de regresar a ese lugar.

» Piénsalo —reitera—. Te doy esta noche para tomar una decisión.

Intento tranquilizarme y pensar con claridad en una manera más inteligente de salir de aquí; estos hombres no se andan con juegos y seguramente no dudarán en clavarme un tiro en la cabeza si hago cualquier movimiento en falso.

Finjo estar de acuerdo y cuando salimos de la oficina, trato de recordar el camino por donde llegamos.

«Sala de estar, escaleras, pasillo, vuelta a la derecha, tercera puerta a la izquierda»

—Chiara te llevará a una habitación de huéspedes por esta noche, si necesitas algo, pídeselo a ella.

«¿Qué? ¿Se supone que pase la noche aquí?»

—No puedo pasar la noche aquí —le informo—. Debo regresar a casa, mi abuela me necesita.

—No saldrás de aquí hasta que me tengas una respuesta y, por tu bien, espero que sea positiva —amenaza.

Entro en pánico al instante, sin poder creer en el lío en que me he metido esta vez. ¿Cómo llegué a esto? yo solo anhelaba tener una vida tranquila, un matrimonio lleno de amor, con un hombre al que amara y me amara, sin necesidad de lujos, pero con amor de sobra. Ahora se supone que debo ser la esposa de un mafioso arrogante al que ni siquiera conozco, o ser vendida en un burdel para la diversión de un hombre que me tratará como cualquier cosa, menos como a una mujer.

No lo pienso demasiado, y observo el primer objeto que se atraviesa en mi camino: un candelabro de aspecto costoso y pesado se vislumbra en una de las mesitas del corredor. Lo tomo y golpeo al hombre en la cabeza, haciéndolo tambalear dando un paso atrás para recuperarse; aprovecho el momento, ya que nos encontramos solos y no creo que una oportunidad así se vuela a repetir. Me digo a mí misma que después pensaré en la manera de salir de este problema: huir del país no me parece una mala opción.

Corro por el pasillo que, a su vez, me lleva a otro pasillo, confundiendo así mi mapa mental.

«Vuelta a la izquierda, escaleras, sala de estar, puerta principal»  

Corro y corro, encontrando más pasillos, y más puertas, haciendo imposible mi salida como la tenía planeada. Disminuyo mis pasos y trato de ser sigilosa cuando escucho a los hombres del mafioso buscarme por toda la casa.

«Estoy perdida. Van a matarme justo aquí»

Recobro la esperanza cuando, sin saber bien cómo, diviso la escalera por donde subimos en un principio; me detengo en el pasillo y me cercioro de que nadie pueda verme, sorprendiéndome de la soledad que se siente a mi alrededor.

«Deben estar buscándome en las habitaciones»

Camino lentamente, como un animal sigiloso que escapa de su depredador. Volteo a todos lados antes de abrir la puerta que me llevará a mi libertad y, apenas alcanzo a girar el pomo, cuando esa voz, tan sensual como peligrosa, me asalta desde mis espaldas, erizándome la piel al sentir su cuerpo pegado al mío, acorralándome justo como hace rato en su oficina.

—Te tengo, gatita escurridiza. ¿Por qué huyes de mi generosidad?

—Soy libre de decidir sobre mi destino —digo encarándolo. Sus ojos se clavan en los míos y su mirada fría provoca que mi corazón se acelere sin saber por qué.

Nuestra cercanía envía señales equivocadas a mi cuerpo, y mi respiración se agita ante su belleza. Reprimo el impulso de inhalar hondo al sentir de cerca su deliciosa y masculina fragancia, pues me daría vergüenza que se entere de que, en realidad, no me es indiferente; sin embargo, la razón regresa a mí, al ver el hilo de sangre que recorre desde su sien, hasta llegar más debajo de su pómulo izquierdo. Un absurdo sentimiento de culpabilidad me ataca, pero me convenzo a mí misma de que es un mal hombre, y no debo de sentir compasión por él.

—Te informo, querida, que he pagado una fuerte suma por ti —presume—. Me perteneces, y, si antes te di la opción de elegirme libremente, desde ahora te digo que esa oportunidad ha expirado. Hazte a la idea de que eres mía de ahora en adelante. Serás mi esposa te guste o no, y por lo largo de un año, fingirás amarme y serás la mejor esposa que pude soñar. Solo después de eso recuperarás tu libertad. ¿Acaso no soy bondadoso, mi amor?

—Claro que lo eres, cariño. —Finjo una sonrisa, aceptando que por hoy he perdido. Mañana pensaré de qué otra manera me puedo librar de este monstruo, pero, por ahora, solo queda seguirle la corriente.

—¡Chiara! —Llama a la que supongo, es su empleada, y me lanza una advertencia—: Jamás se te ocurra volver a atentar contra mí, no sabes la suerte que tienes de estar aún con vida, pero, no te aseguro que la próxima vez resultes tan bien librada.

El temor recorre mi cuerpo ante sus palabras, pues, le creo. Estoy completamente segura de que es capaz de borrarme de la faz de la tierra si a él se le antoja, así que decido guardar mis cartas para después.

—¿Sí, señor? —Llega la mujer de mediana edad y de aspecto agradable que inmediatamente se pone a su disposición.

—Lleva a mi novia a una habitación —le pide, haciéndome enfurecer por el apelativo con el que me ha llamado—. Enciérrala en su recámara y pide que organicen todo, que en tres días será nuestra boda.

El suelo se mueve bajo mis pies, al escuchar las palabras que me condenan a su lado, y la posibilidad de mi vida tranquila se mira ahora tan lejana, que mis esperanzas desaparecen como lo hace el hombre que sale disparado de la casa sin voltear a verme de nuevo.

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