Capítulo 2. Vendida

Alina 

Tres semanas más tarde, mi familia y yo salimos del hospital y subimos al taxi que nos llevará de regreso a casa. Por suerte, las heridas de mi padre no fueron tan graves como se pensaba, y después de la operación y la recuperación, hoy por fin lo llevaremos a casa.

Estos últimos días he trabajado sin descanso, he duplicado turnos en la cafetería y hasta he hecho labores que no me corresponden con tal de ganar un poco más de dinero. Además, hablé con el arrendatario del departamento y conseguí una prórroga por dos meses más, todo para poder reunir el dinero que mi padre debe a esos hombres y poder deshacernos de ellos. Aún debo cuidar de su nieta durante las tardes, pero no me importa, con tal de salir de nuestros problemas de una vez por todas.

—Mira papá —digo con alegría al hombre, una vez que hemos comido y descansado. Mi padre se encuentra en el sofá frente a la televisión, mientras que yo le muestro el dinero que, con tanto esfuerzo, he logrado reunir en estas últimas semanas—. Supongo que es suficiente para saldar tu cuenta con esos malditos. —Tan solo de mencionarlos mi gesto se frunce—. Con lo que sobre, podemos suplir algunos de los muebles que dañaron ese día, por la renta no te preocupes, ya hablé con don…

—Ay hija, esto no alcanza ni para cubrir los intereses de mi deuda —dice guardando el dinero en su ropa—, pero supongo que de algo servirá.

—¿C-cuánto es lo que debes, entonces? —pregunto con nerviosismo al ver que todo mi esfuerzo no ha sido suficiente.

—Mucho más de lo que ganarías en esa cafetería durante tres años de trabajo.

—¡¿Qué?! —cuestiono con horror—. ¿Cómo fue que llegaste a deberles tanto dinero, papá? No puedo creer que hayas sido capaz de endeudarte así, solo para poder beber unas cuantas botellas de alcohol.

—No fue solo eso, Alina, pero no te preocupes, tengo todo bajo control —murmura tranquilamente y, por alguna razón, temo preguntar cuáles son sus planes.

****

—¡¿Cómo pudiste hacerle eso a tu propia hija?! —Escucho los gritos de mi abuela cuando estoy por salir rumbo a la cafetería.

—Ella tiene que hacer el sacrificio por la familia, ¿qué querías que hiciera? Esos hombres no están jugando, ¿no lo entiendes? ¡No hay otra opción!

—¡Por supuesto que la hay! —contraataca mi nona—. Siempre hay otra opción que no sea el vender a tu única hija a un burdel de mala muerte.

«¡¿Qué?! ¿mi padre me vendió a un burdel?»

—Vivirá bien ahí, es un trabajo como cualquier otro.

De pronto, todos mis sueños se derrumban ante mis ojos al escuchar las palabras de mi padre. Siento que el corazón se me rompe en mil pedazos al imaginarme entregando mi cuerpo a dios sabe cuántos hombres, para que hagan con él lo que sus sucias fantasías anhelen. Esto no me puede estar pasando a mí, no después de todo el sacrificio que ya he tenido que hacer por sacar adelante a esta familia.

—Ya está hecho —asegura mi padre cortando toda discusión—. Por la noche vendrán por ella y no hay más que hablar.

Termino de derrumbarme en el suelo, dejando fluir el llanto que sacude mi cuerpo ante el sentimiento de lo inevitable, pero me obligo a levantarme rápidamente cuando mi abuela cae desmayada en el piso y el temor de verla inconsciente me hace olvidar mi desgracia.

—¡¡Nona!!

****

—La señora sufrió un infarto —me informa el doctor al salir de la habitación de hospital donde mi abuela se encuentra—, logramos estabilizarla, pero me temo que su corazón ha quedado muy débil, debemos mantenerla bajo observación y lo más probable es que requiera quedarse por un tiempo en el hospital.

«Lo que faltaba, ¿de dónde voy a sacar ahora para pagar todos estos gastos?»

Siento que ya no puedo con tanto, cada vez me hundo más y más sin poder ver una salida a tanta desgracia.

—Doctor, yo no puedo pagar un tratamiento tan largo y costoso —digo avergonzada y con el alma en un hilo.

—Lo siento, señorita, pero, si su abuela sale de aquí ahora mismo, lo más probable es que no llegue con vida a su casa.

El suelo se derrumba bajo mis pies con cada palabra que dice el médico, cuando habla de todo lo que deben hacerle a mi nona, los medicamentos que necesitará, y las terapias que requiere.

Regreso a casa al oscurecer, después de asegurarme de que mi abuela se encuentra fuera de peligro.

Después de meditarlo durante todo el día, he tomado la decisión de ir a hablar con el dueño de ese tal burdel; algo debe poder hacerse, no es posible que mi padre haya negociado a mis espaldas, cuando soy mayor de edad y tengo todo el derecho de decidir sobre mi vida.

Llego al sitio de mala muerte, después de obligar a mi padre a darme la dirección, y pido que me lleven con el dueño.

Un hombre intimidante me recibe del otro lado del escritorio cuando entro a la lujosa oficina. Su mirada recorre mi cuerpo con lascivia, provocándome náuseas de inmediato.

—¿Tú eres nuestra nueva adquisición?, gracias por ahorrarme el trabajo de ir a tu casa.

—Vengo a negociar con usted —le informo tratando de mostrar seguridad.

—¿Negociar? ¿qué puedes ofrecerme, a parte de ese rico cuerpecito que tienes?

—P-puedo trabajar aquí —propongo tartamudeando—. En otra área. Puedo hacer limpieza, ayudar a las otras chicas en lo que necesiten, yo…

La carcajada que profiere me cala los huesos, y me hace sentir ridícula de un momento a otro. Su mirada se vuelve seria de pronto y llama a los hombres que entran sujetándome por los brazos:

—No me hagas reír, niña —espeta—. Tu cuerpo está siendo subastado ahora mismo en el burdel y, probablemente ya haya un ganador.

—Pero… déjenme hablar, no me pueden vender como si fuese un objeto sin valor…

—Claro que tienes valor, pregúntale a tu padre quien cobró una fortuna por ti.

—¡Espere!

—¡Llevensela! —ordena a sus hombres—. Es tarde y el ganador debe de estar esperando su premio.

—Suelten inmediatamente a la joven si no quieren perder sus asquerosas manos. —Una hermosa y ronca voz masculina ordena a mis espaldas, haciendo palidecer a los hombres que me sueltan como si mi tacto les quemara.

Me volteo para mirar al hombre que ha llegado como un ángel a rescatarme, y lo que veo me deja perpleja ante la belleza y poderío que su sola presencia desprende.

—S-señor, ¿Q-qué hace aquí? —pregunta trastabillando el dueño del burdel.

—Vengo por lo que me pertenece —informa, dejándome aún más confundida, sin embargo, nada puede ser peor que prostituir mi cuerpo, así que agradezco al desconocido y la esperanza brilla en mi interior, al darme cuenta de que no todo se encuentra perdido.

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