– Mi niño ¿otra vez con problemas para dormir?
Desvío mi vista de la humeante taza de café entre mis manos y observo a la mujer que es como una segunda madre.
– Sí rosita, como todas las noches.
Una sonrisa triste se forma en sus labios y camina hasta quedar de pie al lado del taburete donde me encuentro sentado. Una de sus manos comienza a acariciar mi pelo y cierro los ojos un momento recordándola a ella. En como ella lo hacía, cada vez que me tumbaba junto a ella o cuando me abrazaba.
– Sé que la extrañas y no quieres olvidarla, pero a veces es mejor dejar ir para dar un alivio a nuestros dolidos corazones.
Niego con la cabeza levantándome del taburete dejando la taza vacía dentro del lava platos. Rosita es la única a la que le comenté sobre lo sucedido luego que me pillara llorando borracho una noche hace un par de meses.
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