Él sonríe mientras se acerca a mí, pero cae cuando se acerca.
—¿Qué ocurre?— Pregunta, con la mano extendida hacia mí. —¿Le pasó algo a Kamila?—
Me alejo de su mano y frunce el ceño. —¿Sarah? ¿Qué está pasando?—
No tengo las palabras. No tengo idea de qué decir. No tengo idea de cómo hablar con el nudo que tengo en la garganta.
—Regresé porque me di cuenta de que no tenías quien te llevara a casa—, explica, tratando de alcanzarme nuevamente.
Esta vez le aparto la mano mientras escupo. —¿Regresaste?—
Sus ojos se abren y su cabeza se echa hacia atrás ante el veneno de mi voz. Bien.
—Nunca tuviste que irte. Siendo que aquí es donde trabajas, pedazo de mierda mentiroso—.
La comprensión aparece en su rostro. Y duele muchísimo verlo. Porque una parte de mí, por pequeña que fuera, todavía esperaba que todo esto fuera un error. Que no me había mentido, no me había engañado. Pero la expresión de su rostro mata esa parte de mí, dejando atrás amargura, ira y angustia.
—Sí, lo sé.—
—Puedo explica