Sentía como me observaban. Caminaba cada vez más deprisa.
Hacía nada había salido de mi turno por la noche y ya iba una cuadra lejos del local, no podía volver.
La mirada de mi acechante quemaba mi nuca y hacia que la sensación de agobio se intensificara en mi pecho. Tomé mi móvil de mi bolso, ¿A quién demonios iba a llamar? No podía llamar a Amón, estaría durmiendo y además no quería preocuparlo con estupideces mías.
¿Quién se pasa la noche en vela? El nombre de esa persona llegó a mi como una luz, no tardé en encontrarme marcando el número de él.
Dos tonos bastaron y ya sentí