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Emilia volvió a casa en uno de los autos de la familia. Rubén y Álvaro la acompañaron y subió con ellos hasta el mismo ascensor. Santiago había resistido en pie, pero iba prácticamente colgado de su mano. Había jugado, comido y vuelto a jugar. Y eso que en la casa de los Caballero no había más niños, si se llegaba a juntar con Pablo, el hijo de la hermana de Rubén, no quería imaginárselo.

Rubén, al despedirse, se había inclinado a ella y besado sus labios. Nerviosa, Emilia había mirado primero a su hijo, pero este estaba más dormido que despierto, y luego a Álvaro, pero de repente el extintor del pasillo se volvió la cosa más interesante de mirar para él.

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