—¿Quién era, Edgar? –preguntó Gemima al ver al mayordomo volver del jardín.
—Ah, una joven llamada Emilia, señora.
—¿Emilia? ¿Emilia vino? –Edgar movió la cabeza en un asentimiento, y Gemima dio varios pasos encaminándose al jardín para ir a verlo, pero de pronto se detuvo—. No. Mejor los dejo solos… —Se giró y miró de nuevo a Edgar—. No puedo creer que haya venido. ¿Seguro que era Emilia?
—Emilia Ospino.
—Ella es–sonrió Gemima, emocionada por su hijo. Edgar siguió andando hacia la cocina—. ¿Vas a prepararle alguna bebida?
—No para ella, para el niño—. Eso dejó a Gemima estática, con los ojos grandes de sorpresa y mirando fijamente a Edgar.
—¿Qué dijiste?
—Que la bebida es para el ni&ntild