—¿Comiste algo? –le preguntó Antonio. Emilia no tenía hambre, pero a su padre le gustaba cuidar de ella, y tal vez hoy tenía más que nunca esa necesidad.
—No, no he comido. Pero no sé cómo pedir un pan en portugués.
—Ah, cierto. Qué bonito –Emilia se echó a reír y tomó el brazo de su padre para apoyarse en él. Cuando salieron al pasillo, se encontraron con Álvaro Caballero, y Emilia notó que su padre lo trataba con menos hostilidad.
—Tengo hambre –dijo Álvaro—. ¿Comemos algo?
—Precisamente, iba a llevar a Emilia a la cafetería a ver qué pedíamos—. Álvaro miró su pie.
—No es aconsejable que te esfuerces mucho. ¿Pedimos una silla de ruedas?
—¡Claro que no! –protestó ella—. No andaré