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—¿Cuáles rosas? –preguntó Emilia—. Tú sólo me diste espinas.

Rubén despertó sobresaltado y se sentó de golpe en la cama.

Era un sueño. Sólo era un sueño.

Sintió la boca seca y la lengua rasposa, pero no tuvo ánimo de salir de la habitación e ir a la cocina por un vaso de agua. Esta no era la mansión, donde sagradamente había una jarra de agua con su vaso en su nochero, y se quedó allí un momento analizando los restos de imágenes que todavía tenía en su mente.

Tal vez el haberla visto hoy tenía algo que ver, pero había sido un sueño muy vívido.

En su sueño, ella estaba vestida con una sencilla falda que no iba más arriba de sus rodillas, unos zapatos planos cerrados y su cabello echado en parte hacia adelante. Estaba preciosa. P

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