Capítulo 8
Después de pasar un día y una noche postrada en la cama, María finalmente recuperó algo de energía.

Ese era el día de su partida. Su vuelo salía a las siete de la noche, y, una vez en el avión, no pensaba regresar jamás.

Apenas amaneció, se levantó y comenzó a empacar todas sus pertenencias para donarlas a un centro de beneficencia. Entre todo eso estaban los regalos que Alejandro le había dado a lo largo de los años: ropa, bolsos, joyas… incluso su anillo de matrimonio.

Lo valioso lo donó a quienes más lo necesitaban; lo que no valía nada, lo quemó. Si iba a comenzar de nuevo, sería sin llevarse ni el más mínimo rastro del pasado. Nada que le recordara a él.

Cuando terminó de organizarlo todo, ya era por la tarde. María miró su teléfono: las tres en punto. Su avión despegaría en cuatro horas.

Mientras se preparaba para cambiarse e ir al aeropuerto, Laura apareció y la detuvo:

—María, ¿qué haces ahí parada? Vamos, ven conmigo a maquillarte.

—¿Maquillaje? —preguntó María, frunciendo ligeramente el ceño—. ¿Para qué?

—No te hagas la tonta —respondió Laura con brusquedad—. ¿No es hoy tu aniversario de bodas con Alejandro? Él dijo que cuando te casaste con él, como mis padres no lo aprobaban, ustedes no tuvieron una boda formal, solo firmaron los papeles. Siempre se ha sentido culpable por eso. Y, como últimamente te ha descuidado por el asunto de Patricia, quiere aprovechar su quinto aniversario para organizarte una boda de verdad.

«Falso, definitivamente falso», pensó María.

Aquello sin duda era una trampa.

Después de cinco años de matrimonio, nunca había mencionado querer organizar una boda para ella. ¿Por qué lo haría ese día, justo cuando Patricia había regresado?

—¿Qué?, ¿no me crees? —Laura miró a María con desprecio—. Entonces llama a Alejandro tú misma y pregúntale. ¿Crees que quiero encargarme de esto? De no ser porque Alejandro me obligó, ni me molestaría en ayudarte.

Por supuesto, María no pensaba llamarlo. No confiaba en nada de todo aquello.

Sin embargo, Laura, al ver que no se movía, perdió la paciencia, marcó directamente el número de Alejandro y le arrojó el teléfono a María.

—María, ya me enteré de lo de tu madre... Has sufrido mucho últimamente. Hoy déjame compensarte.

¡Mentira, todo era una mentira! Alejandro nunca le hablaría con tanta dulzura.

—Ya he organizado todo. Ve con Laura a cambiarte. Nos… vemos en la boda.

«Mentira, mentira, todo es falso».

El cuerpo de María comenzó a temblar sin control. ¿Qué pretendía Alejandro? ¿Por qué de pronto quería organizar una boda para ella? ¿Cuál era su verdadero propósito?

Aunque estaba segura de que todo eso era falso… A pesar de que sabía perfectamente que ella no era la elegida, en el momento en el que se puso el vestido de novia que, supuestamente, Alejandro había mandado a hacer para ella, no pudo evitar dudar.

Las personas son así: aunque la lógica les diga lo contrario, siempre guardan un poco de esperanzas. ¿Y si..., solo «si», esta vez fuera verdad? Después de tanta mala suerte, quizás merecía ganar una vez.

«Iré a ver», pensó María. Aún tenía tiempo.

Con mentalidad de jugadora, fue a una boda que tenía una probabilidad entre mil de ser real.

A las cuatro terminó el maquillaje, y a las cinco llegó al lugar de la ceremonia.

Cuando María abrió las puertas del salón, un balde de agua fría cayó sobre su cabeza.

—¡Ja, ja, ja, ja, ¡ja! —estallaron las risas a su alrededor.

Laura, detrás de ella, reía hasta las lágrimas.

—María, ¡qué idiota eres! ¿De verdad pensaste que Alejandro organizaría una boda para ti? —Rio—. ¡Estúpida! ¡Hoy es el cumpleaños de Patricia! ¡Esta no es la boda de tus sueños, sino su fiesta de cumpleaños!

El salón estaba lleno de gente, invitados para celebrar el cumpleaños de Patricia, quien también estaba allí, vestida con un vestido de novia idéntico al de María. La única diferencia era que el de Patricia estaba limpio, perfecto, y no empapado.

—Este vestido de novia fue diseñado por Alejandro para Patricia —acotó Laura, con una sonrisa venenosa—. ¿No es precioso? Hoy Alejandro le propondrá matrimonio. María, Alejandro y Patricia son el símbolo del verdadero amor. Tú no eres más que un payaso en su historia. Si eres inteligente, te marcharás por tu cuenta. Sería más humillante que él mismo te echara.

María se tocó la cara y descubrió que estaba llorando.

¿Por qué llorar? ¿Acaso no había intuido desde el principio que todo aquello no era más que una trampa?

«María, realmente eres una tonta», se dijo a sí misma. «Después de todas las veces que el destino se ha burlado de ti, ¿cómo pudiste caer nuevamente? Aunque adivinaste que era falso, insististe en venir… ¿Qué querías probar? ¿Lo miserable que eres?»

Dándose la vuelta, María huyó de aquel lugar que la asfixiaba, y, rápidamente, tomó un taxi directo al aeropuerto.

Una vez allí, corrió hacia el baño y comenzó a arrancarse el vestido de novia con desesperación.

«¡Quítatelo, quítatelo, quítatelo todo!», se repetía una y otra vez.

Ese vestido era tan ajustado, tan asfixiante…

¡Que alguien la ayudara, por favor! ¡Necesitaba sacarse eso de encima!

No podía soportarlo más. La opresión en su pecho la estaba sofocando. Necesitaba liberarse de este maldito vestido de novia cuanto antes, e irse de allí, para siempre, ¡sin mirar atrás nunca más!

Finalmente, tras varios tirones desesperados, María logró arrancarse el vestido, dejándolo hecho jirones.

Sin mirarlo, lo tiró en un sucio rincón del baño del aeropuerto, antes de sacar de su bolso un largo vestido negro de tirantes, el cual se puso sin perder tiempo.

Mientras tanto, su teléfono vibraba sin cesar. Al sacarlo, vio decenas de llamadas perdidas, todas de Alejandro.

Al parecer, la había estado llamando sin parar desde que ella se había subido al taxi. Treinta llamadas, quizás, más. Pero ella, perdida en su propio caos, ni siquiera lo había notado.

El teléfono seguía vibrando frenéticamente. Alejandro seguía llamando.

María lo miró con agotamiento, antes de sacarle la tarjeta SIM, la partió en dos y la tiró al basurero más cercano.

Al ver que ya casi eran las siete, recogió su boleto, pasó el control de seguridad y abordó el avión sin problemas.

Justo un segundo antes de que despegara, eliminó todas sus cuentas de redes sociales. Una a una.

La azafata se acercó para recordarle que apagara su teléfono. María asintió con una sonrisa y pulsó el botón de apagado. La pantalla se puso en negro justo al tiempo que el avión despegaba.

María se recostó en su asiento, cerró lentamente los ojos y exhaló.

Alejandro, no me despediré de ti.

Porque, sinceramente, espero que nunca volvamos a vernos.

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