Capítulo 9
Después de que María huyera destrozada del salón, Alejandro entró con un gran ramo de rosas.

—Laura, ¿por qué estás sola? ¿Dónde está mi esposa? —preguntó Alejandro confundido—. ¿No te pedí que la llevaras a cambiarse el vestido de novia?

Laura, algo nerviosa, desvió la mirada, incapaz de mantener contacto visual con Alejandro, pero su lengua seguía siendo afilada:

—¡María se fue! Está resentida porque últimamente solo te has preocupado por Patricia y la has ignorado completamente. ¡Se escapó de la boda por despecho!

Al oír esto, Alejandro frunció el ceño:

—¿Escaparse de la boda? ¡Imposible! María no tiene el carácter para hacer algo así.

Conocía bien a María. Era dócil como un conejito blanco, nunca contradecía una sola palabra suya, nunca se oponía a ninguna de sus decisiones. Incluso a veces, cuando él mismo sentía que se había excedido, ella seguía tolerándolo silenciosamente, comprendiéndolo y respondiéndole con ternura.

Como hace dos días, cuando la obligó a beber aquella poción
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