El hombre se echó a reír al oír eso. —¡No puedo confiar en todos ustedes! Si la suelto, me atraparán de inmediato. ¡Hoy voy a morir, pero me la voy a llevar conmigo como rehén!
—¡Entonces tómame a mí como rehén! —suplicó Pedro, desesperado.
—Eres demasiado alto y fuerte, seguro que sabes defenderte. No me sirves, ¿crees que soy idiota? —respondió el hombre.
—No te detendremos, puedes irte, pero por favor, no le hagas daño.
Propuso Pedro, haciendo señas a los presentes para que se retiraran y dejaran pasar al delincuente y a su rehén.
El hombre de pelo grasiento arrastró a Bella hacia la salida del almacén.
Aunque la policía tenía armas, nadie se atrevió a intervenir por temor a que hirieran a la joven.
Bella sentía que le faltaba el aire, pues el hombre la tenía agarrada con fuerza del cuello.
Después de tanto susto, Bella ya no sintió pánico.
Incluso llegó a pensar que tal vez morir asfixiada sería menos doloroso que recibir un disparo.
Finalmente, llegaron al vehículo.
—Ah...
Fue ent