El ceño de Bella se frunció, dispuesta a hablar.
Pero Pedro la interrumpió con tono grave: —Cuando tenía unos diez años, un criado resentido me drogó y me empujó al agua. Fue Anna quien me rescató.
—Ah, ya veo. Es natural que después de tantos años a tu lado, esté al tanto de esos detalles. —respondió Bella con sarcasmo.
»Así que ya ves, tengo mis razones y consideraciones para hacer las cosas. No hay necesidad de que te justifiques ante alguien insignificante como yo.
—Tú no eres insignificante... —empezó a decir Pedro.
—Basta, Pedro —le cortó Bella de nuevo—. Este tipo de actitud me resulta repulsiva.
La palabra repulsiva hirió visiblemente a Pedro. Su rostro apuesto se ensombreció, molesto.
Bella sabía que Pedro estaba acostumbrado a la adulación y al respeto incondicional. Nadie se atrevía a calificarlo de repulsivo en su presencia.
Pero a Bella le fastidiaba sobremanera esa actitud de Pedro.
Por un lado, le decía que dejara todo en sus manos, que él se encargaría de conseguirle ju