El chofer y guardaespaldas de Josey, el señor Kenny, había trabajado para ella durante años. La llevaba a todas partes, a reuniones, a la galería, incluso a visitas privadas que no quería que nadie supiera. Era callado la mayor parte del tiempo, pero notaba todo.
En la galería de arte, había escuchado las palabras acaloradas entre Josey y su hija, Tila.
Tila había gritado:
¡Faye dijo que ella es la verdadera!
La voz de Josey se había vuelto fría después de eso, y Kenny pudo notar que su estado de ánimo cambió. Conocía demasiado bien a Josey; cuando sus ojos se quedaban así, significaba problemas.
Cuando Josey salió, Kenny le abrió la puerta como de costumbre, fingiendo no haber oído nada. Ella entró y le dijo que condujera. Pero en su mente, Kenny tomó una decisión: tenía que advertir a Faye.
Más tarde esa tarde, Kenny hizo una breve parada cerca de la casa de Phillip y Faye. Faye estaba justo saliendo para atender una llamada cuando lo vio.
—¿Señor Kenny? —dijo, sorprendida—. ¿Qué ha