7 Tranquila

—Yaya, ponte el abrigo.— bajé las escaleras preparada para pasarme otra tarde en el hospital, y volver sin una solución para la enfermedad de mi abuela, como mucho con algún cambio en la medicación. 

—¡La escopeta!— la abuela estaba en la puerta, señalaba algo entre los árboles.

—Venga, el bus está a punto de llegar.—ella me empujó para pasar dentro, tuve que sujetarla. Me dolía tener que hacer aquello, era horrible verla así.

Forcejeó conmigo hasta llegar a la parada del autobús. 

—¡No te acerques!— le gritó histérica a un hombre que leía el periódico tranquilamente.

—Lo siento mucho, señor.— murmuré tratando de hacer que se calmase.

—No te preocupes preciosa.— la abuela hizo fuerza para dirigirse contra él pero conseguí sostenerla.—Es un placer volver a verte.— sonrió hacia mi abuela.

Nuestro bus llegó y subimos, el señor se quedó leyendo en la parada. Pagué por las dos y nos sentamos en los asientos.

—Lo siento, Ana.— tragué saliva, la abuela me estaba confundiendo con mi madre.

—No es culpa tuya.— la tranquilicé apretando su mano entre las mías.—Tranquila.

Tras veinte minutos de constante tensión, en los que debía fingir que sabía lo que hacía, llegamos al hospital.

Entramos por la puerta de emergencias, una de las celadoras se acercó a mí.

—¿Qué ha pasado, Reika?—preguntó enganchando el brazo de mi abuela. No podía quejarme del trato recibido, supongo que sentían un cariño especial hacia nosotras.

—¡Está ahí! ¡Está ahí!— la abuela empezó a gritar demasiado fuerte, me giré y comprendí que se refería al señor del periódico que habíamos visto antes.

—Tranquila, María.— la celadora se llevó a la abuela a una de las salas para poder darle algún medicamento que la calmase.

No había comido desde el desayuno, así que eché una moneda en la máquina para que saliese un sandwich.

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