—Agh, me pica todo.— se quejó María mientras se rascaba los brazos compulsivamente.
—Pues imagínate lo que les hará a los hombres lobo.—contesté, mientras terminaba de fumigar a prueba de lobos el altar de la iglesia.
Al verme haciendo semejante sacrilegio me disculpé mentalmente con Dios y con mi abuela, pero creo que estaba justificado.—Bueno, esto ya está conectado.— anunció Asena, y después me pasó el micrófono.— Adelante.
—¿Qué quieres que haga?— pregunté confusa.
—Tienes que atraerlos.— contestó y puse los ojos en blanco. Sabía perfectamente que nuestro plan era hacer que los hombres lobo franceses viniesen hasta nuestra trampa, donde entre el acónito y las balas de plata acabaríamos con ellos; pero no sabía qué decir ante ese micr&oac